la juventud es insaciable e incansable. Tras empezar el año de juerga ya están pensando en la próxima. Los abanderados de la farra son 400 jóvenes que siguen celebrando desde la pasada Nochevieja una fiesta ilegal en unas naves abandonadas en terreno rústico de Sant Mateu (Castellón). El lugar está cerrado para que nadie entre y moleste una macrofiesta que se organizó por redes sociales la víspera para evitar que la autoridad tomara cartas en el asunto. Los animosos participantes desafían al frío y a la resaca y siguen a lo suyo. Sin permiso pero sin alterar el orden. Hasta que el cuerpo aguante o el de la Guardia Civil los desaloje. No sé si me dan pena o envidia; si alabar su aguante o lamentar tanta inconsciencia jaranera. Eso sí, mi más sentida solidaridad con su ímpetu juerguista y mis condolencias a sus maltrechos cuerpos. Los 400 de Castellón reeditan a su modo el espíritu de la ruta del bakalao de los años 80 o 90. Experiencia que algunos veían como un acontecimiento cultural pero que no era más que una excusa para acabar ebrio hasta las trancas o drogarse sin sentido. Y que se reeditan en muchos locales poligoneros de las grandes ciudades, incluidas las nuestras. Y eso que muchas noches de desenfreno ya no las curan las mañanas de ibuprofeno.