a expansión del coronavirus está dejando un reguero de noticias terribles alrededor del lado oscuro de la vida que ha traído ante nosotros un tiempo de sombras de manera tan inesperada como contundente. Y por encima de todas ellas una noticia terrible nos ha puesto ante el espejo la cruda y dura realidad que padecen muchos de nuestros mayores en algunas residencias de ancianos. La denuncia de que se han encontrado personas mayores ya fallecidas abandonadas en su cama junto a otras igualmente abandonadas pero aún vivas es estremecedora. Me resulta difícil calificar este hecho. Su maldad, su inhumanidad. La Fiscalía lo está investigando y espero que haya responsables con nombres y apellidos. Pero tampoco vale engañarse. Ha salido ahora a la luz por una situación de emergencia extraordinaria lo que ya venía siendo noticia esporádicamente: la pésima atención que reciben las personas mayores en muchas residencias de ancianos. Es cierto que navarra ha estado y está al parecer a salvo de estas prácticas miserables con un mayor control público y familiar. Pero es hipócrita llevarse las manos a la cabeza. Y más aún por parte de quienes han impulsado un sistema en el que la privatización de los servicios públicos, en este caso de protección las personas mayores, de dependencia y de atención social, como vía de negocio ha terminado degenerando en un modelo de desatención y abandono. Si la atención a las personas mayores se convierte en un negocio en lugar de un derecho público, el negocio siempre estará antes de las personas. Por eso las grandes fortunas empresariales y los fondos buitres entraron a saco en este ámbito. Como pretenden entrar en el de la sanidad pública o en el de las pensiones públicas, porque piensan trasladar a sus bolsillos privados miles de millones de euros. Los responsables tienen siglas políticas y nombres y apellidos conocidos. Pero también miles de nombres y apellidos anónimos. Se trata de seguir cuestionando un modelo injusto y avaricioso y de evitar la vuelta a la caridad de clase y la beneficencia moralista, dos síntomas de un modelo social reaccionario y egoísta, como los remedios adecuados a las consecuencias del empobrecimiento social que se ha cebado en muchos de nuestros mayores. Les debemos todo. No lo olvidemos.