erremos el debate de una vez. Pues hacemos el cazurro al mantener la expectativa de que puedan celebrarse en fecha los Sanfermines mientras la gente se nos muere y se desangran las economías familiares hasta límites inimaginables. Como para tirar por la misma cuesta de Santo Domingo el sacrificio de este duro confinamiento, cuando la comunidad científica aún desconoce la capacidad de mutación del COVID-19 y alerta de rebrotes a la espera de una vacuna que no llegará hasta dentro de un año con suerte. Justo por eso resulta igual de frívolo alentar la tesis de que estas fiestas de impronta popular y alcance internacional puedan retrasarse a después del verano, contraviniendo su esencia callejera y comprometiendo la Feria del Toro que posibilita el encierro como marca típicamente sanferminera. La suspensión constituye una causa de fuerza mayor y la consecuencia lógica tratándose la salud pública del bien superior, por encima de los cien millones largos de impacto económico de cada edición. Mejor sería hacer virtud de la necesidad, pensando desde ya los Sanfermines de 2021 con un formato renovado y modernizado que alumbre un programa más pujante y diverso como sociedad digitalizada. Mediante una optimización de recursos que contemple acortar las fiestas. Menos sería incluso más.