ólo soy un periodista que cree saber algo de este oficio. No sé mucho o sé más bien poco de casi todo lo demás. Por eso, en el caso de las medidas sanitarias y de seguridad ante al COVID-19, defiendo el criterio de quienes tienen conocimientos y cualificación profesional. Y los hechos están cada vez más lejos de los mensajes apocalípticos del todo mal y y del egoísta qué hay de lo mío y dejan en el mayor de los ridículos a aquellos políticos, opinadores, supuestos expertos, periodistas, correveidiles y demás fauna con toda su enorme ignorancia a la vista. Los insultos y descalificaciones a Fernando Simón son un ejemplo. Las críticas políticas exageradas a la consejera Santos Induráin y a su equipo médico, otro. Uno y otra han cometido errores y posiblemente acumulan fallos, pero el resultado es -más allá del doloroso coste humano de esta pandemia- globalmente positivo. Defender lo contrario es simplemente falso. Esta crisis y este confinamiento y la crisis social y económica que vienen han alimentado desde sus comienzos un amplio debate público alrededor del presente y el futuro inmediato. De dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos. Una especie de reflexión entre lo que somos y lo que queremos ser. Sobre el modelo político, social y económico de organización y convivencia. También la reacción al mismo: los altavoces del pensamiento único del capitalismo especulativo neoliberal ya están lanzando todo su potencial para frenar no ya cualquier posible cambio social, sino el mismo proceso de reflexión colectiva. Que nadie se engañe, la austeridad y los recortes volverán a ser necesarios, como en la crisis de 2008, es la advertencia. El pintor Antonio López expresaba, en este sentido, todo su pesimismo: "No creo que salgamos mejores de esta crisis, el único horizonte es el dinero a costa de lo que sea". Quizá tenga razón. Aunque no se trata tanto de arrasar con nuestro presente para construir un futuro más imaginario que real, como de repensar ese futuro -que ya está aquí-, cambiando las prioridades que han ahogado este presente. Han pasado 10 años desde la gran crisis financiera y ese otro mundo con una convivencia social más solidaria y equitativa parece un objetivo cada vez más imprescindible. Septiembre llegará con una dura crisis social, laboral y económica que afectará a miles de familias, trabajadores y empresas y tendrá, sin duda, consecuencias también en los ingresos fiscales y en la capacidad presupuestaria de Navarra. Del modelo de respuesta política, fiscal, financiera y presupuestaria a esa situación dependerá también el resultado de este debate entre lo que somos y lo que queremos ser. Por ello, no cambia la necesidad de mantener la batalla ideológica por construir un modelo económico que priorice la solidaridad, la cohesión social, el reparto justo de la riqueza, la ética humanista, la protección medioambiental, la libertades democráticas y los derechos humanos. Todo aquello que molesta a las ideologías trasnochadas del capitalismo moderno que defienden, porque lo necesitan para su supervivencia, menos democracia y más autoritarismo y más egoísmo. Más allá de las buenas palabras o del tan inútil como falso buenismo político, Navarra tiene fortalezas para abordar su reactivación desde esas premisas. Se trata de hacerlo desde la mayor unidad y colaboración posibles. Sin grandilocuencias absurdas ni promesas imposibles.