oe Biden ha logrado por fin dar carpetazo a la era Trump, una de las más ominosas de la historia de Estados Unidos e increíble exponente de cómo el populismo ultraconservador, la ignorancia ramplona y la prepotencia camorrista se habían asentado en la Casa Blanca. Y, para más inri, con el apoyo en las urnas de los estadounidenses. Biden, un candidato gris y sin carisma, profesional de la política desde hace tiempo, ha triunfado -aparte de por derribar la mítica barrera de los 270 compromisarios electorales y superar en 4,3 millones de votos populares al político más delirante de la era moderna- porque ha aglutinado todo el voto antitrumpista, no por sus propuestas o su proyección. Pero no es oro todo lo que reluce. Es un candidato que se ha estrellado varias veces en su carrera política y cuya figura no aúna el consenso entre las diferentes corrientes del partido demócrata pero que en tiempos de pandemia ha arrollado casi por inercia. Su avanzada edad y los turbios negocios de su familia siguen siendo un lastre para un presidente de transición que tendrá en Kamala Harris, su vicepresidenta, la mejor timonel para virar hacia una política más racional e igualitaria. Y que tiene visos de lograr en un futuro no muy lejano ser la primera presidenta del país más poderoso.