o le voy a dedicar muchas letras a esta columna. O quizá sí, no sé. No tiene un pase y no es un toro. Al toro siempre hay que llevarlo a la franela aunque no tenga un pase. Lo contrario son excusas. Pero la política no es el toro. El Parlamento de Navarra y el Gobierno foral han decidido subirse los salarios para el próximo año un 0,9%. No parece mucho, pero es lo suficiente para que la displicencia y despreocupación con que se autorretratan ante la opinión pública ya sea una pifia. Siempre he defendido, contra la demagogia fácil que tiene en el desprestigio de la instituciones y de la actividad democrática uno de sus objetivos, que la dedicación a la responsabilidad pública y a la gestión de los recursos comunes exige salarios acordes al compromiso y a la ética que demandan ese trabajo. No es fácil, de verdad. Y lo exige en la medida que cualquier otra dedicación laboral. Ni más, ni menos. Pero los salarios que perciben en Navarra los parlamentarios, sus asesores, los consejeros del Gobierno, sus equipos y los altos cargos ya cubren una media alta en el ámbito salarial de la sociedad navarra. Por eso, no se trata de la cantidad de la subida. Se trata de una ocurrencia que muestra la falta de siquiera una visión política mínima capaz de entender, comprender y visualizar el estado de la opinión pública navarra en plena pandemia de coronavirus y sus consecuencias sociales, familiares, laborales, salariales, etcétera en muchas personas y familias. Desconozco de donde ha partido la propuesta y cómo se ha consolidado, pero todos los grupos parlamentarios han acabado dando el visto bueno, menos Navarra Suma, que ha estado listo y ha encontrado un buen argumento de crítica política. Quizá porque UPN y PP hicieron algo similar, con subidas escandalosas -hasta el 33%- en plena crisis de 2011. Pero se puede decir que aprendieron la lección de sus errores. Y quienes criticaron aquello, lo han debido olvidar por el camino. O quizá ni se han enterado, o si lo hicieron, no le dieron importancia. Y ambas aún parecen peor. Debieran replantearse la medida, al menos para los cargos y nombramientos políticos. Que se aplique por tradición la subida habitual a los funcionarios, no aguanta medio segundo de debate. Lo contrario es abrir una puerta a la crítica fácil, pero ajustada en este caso, a la demagogia exagerada y a desviar la atención del trabajo y las propuestas que se elaboran y trabajan en las instituciones con, en muchos casos, horas y horas de dedicación. Así es fácil anular ante una sociedad preocupada e inquieta, con un malestar creciente, cualquier discurso constructivo con nuevas ideas, avances y planteamientos o devaluar la importancia de toda acción de gobierno. Con decisiones así de absurdas e inútiles -porque sobre todo es un ejercicio de prepotencia de privilegio inútil-, ni siquiera hacen falta adversarios políticos versados en el arte de la oposición.