a casa de los camineros asomaba a la entrada del pueblo, junto al cruce donde se bifurcan las carreteras: una en dirección a Jaca, la otra, a Zaragoza. El inmueble desapareció por exigencias del nuevo urbanismo; el oficio de sus inquilinos, por el progreso de los tiempos. Era un trabajo muy duro, con horario pero sin horas, y supeditado a cualquiera incidencia que pudiera alterar la circulación sin importar el día de la semana. Cada uno de los peones de aquella casa (propiedad de Diputación y que luego puso a la venta) tenía asignado un tramo de carretera y atendía a su mantenimiento con herramientas tan rudimentarias como un pico y una pala, sin más maquinaria auxiliar que sus manos y sin otro vehículo de desplazamiento que una bicicleta. Su trabajo no solo consistía en parchear los baches con brea en las carreteras con rango; entre sus obligaciones figuraban también los caminos rurales, la limpieza de acequias, retirar la nieve€ Ricardo Gurbindo desgrana la historia de este antiguo oficio en un libro recién editado. Y mi suegra aún recuerda las fatigas de su padre, los recalentones del verano y las tiriteras del invierno. Hablo de los años cuarenta. El caminero era un nómada: lo sé por lo que concierne a mi familia. Les asignaban un destino y en ocasiones también les daban oportunidad de elegir. Y cogían los trastos y los hijos y se mudaban de pueblo, de casa y de tramo. Allá donde se cruzan los caminos.