iden ya ha sido ratificado como nuevo presidente de EEUU. Horas después del asalto de un grupo de fanáticos ultras seguidores de Trump al Capitolio, el Congreso confirmó la victoria del demócrata. Pero las imágenes que recorren el mundo de una turba animada por el propio Trump con sus falsas acusaciones de fraude electoral campando a sus anchas por el Capitolio son la representación social de la herencia política que deja el expresidente tras cuatro años de mandato. Las consecuencias de un mensaje político -que ya era previo al propio Trump- sustentado en la polarización de la sociedad con un discurso alrededor del miedo y la expansión del odio. Trump no solo ha mentido y devaluado las instituciones democráticas de EEUU, también ha sabido azuzar la división entre los estadounidenses como arma política. Y situar a los medios de comunicación en la diana de esa amalgama de extremistas ultraconservadores, paletos reaccionarios y fanáticos religiosos como se vio el miércoles cuando destrozaban el material de trabajo de los periodistas. Será ese riesgo de enfrentamiento civil el primer reto al que deberá hacer frente Biden cuando sea proclamado presidente el próximo 20 de enero. El asalto al Capitolio es un hecho gravísimo que, como las marchas fascistas y nazis de los años 20 y 30 en Europa, trataba de invertir el resultado electoral que dejaron libre y democráticamente las urnas en noviembre. La clara derrota electoral de Trump -Biden ha sido elegido con una amplía mayoría de 306 electores- ha derivado en un burdo y ridículo, pero muy peligroso constante desafío a las leyes y normas del sistema político de EEUU, que con sus luces y sus muchas sombras se basa en principios democráticos. Es cierto que la democracia ha sobrevivido a este primer asalto. Biden es presidente y los demócratas se hicieron también con la mayoría del Senado tras obtener los dos puestos que el martes estaban en juego en Georgia. Pero también es cierto que el caldo de cultivo ideológico que representa Trump ha arraigado en buena parte de la sociedad estadounidense y se expande por el mundo, Europa y el Estado español incluidos. También en Navarra. Mirar para otro lado ante esos discursos y mensajes será un grave error para afrontar con las mejores garantías de diálogo y consenso el futuro complicado que se avecina para Navarra. Lo he escrito antes, pero insisto: la estrategia sigue un modelo compacto en todos los lugares. La financiación masiva por parte de las elites empresariales, financieras y económicas, la connivencia de los grandes grupos de comunicación -los mismos que ayer en Madrid se rasgaban en sus editoriales hipócritamente las vestiduras por lo que estaba ocurriendo en Washington-, un elemento clave para manipular el lenguaje y legitimar sus objetivos más oscuros ante la sociedad, y el asalto a la democracia desde los valores de la democracia para anular luego esos valores y cuestionar la democracia si no resultan ganadores. Asumir un discurso de confrontación, miedo y odio que arremete contra los principios democráticos y los derechos humanos es lo que desgasta la democracia. Trump no es sino la imagen más patética e histriónica actual del viejo fantasma que no ha dejado de recorrer el mundo. Tan peligroso como lo ha sido siempre.