omo otras veces me ha ocurrido a lo largo de este año de pandemia -y muchas antes con otras cuestiones, las cuotas de pesca en el Golfo de Vizcaya, por ejemplo-, me resulta imposible exponer una opinión con un mínimo de criterio sobre el barullo organizado desde hace semanas con la vacuna de AstraZeneca y la Universidad de Oxford. Su llegada y su suministro han sido un constante ir y venir hacia adelante y hacia atrás. Hace solo un par de meses, la noticia fue que no se suministraría a los mayores de 56 años. Ahora, la noticia es que se va a inyectar solo a quienes tienen entre 60 y 69 años. Hoy o el lunes quizá la decisión sea otra. En este tiempo también se decidió suspender su utilización sin una justificación clara para pocos días después reincorporarla al proceso masivo de vacunación de nuevo. Y el despropósito sigue. De todo lo que he leído y he escuchado sobre AstraZeneca tan solo me queda claro que su uso es efectivo, aunque ha generado problemas de trombos y coágulos de sangre en algunas personas que la han recibido. La conclusión de los epidemiólogos es que son daños mínimos, si se comparan con los grandes beneficios que aporta a la inmunización de la población en el menor tiempo posible. Y que no hay diferencia entre AstraZeneca y otras vacunas o medicamentos que se utilizan con normalidad habitual en el ámbito sanitario que igualmente producen en algunos casos efectos secundarios graves. Aunque esa reflexión entre daños y beneficios dudo que sea válida como argumento sanitario para quienes acaban componiendo las estadísticas de ese pequeño grupo humano de daños colaterales asumibles. En mi caso, creo que ya lo escribí, no tenía ni tengo duda alguna en vacunarme las dos dosis de AstraZeneca si me toca esa opción. Soy mayor de edad y más o menos me hago una idea de los riesgos. Pero también parece lógico y normal la creciente reticencia en la sociedad a recibir esta vacuna. Incluso a vacunarse conforme crecen las dudas. Si hay inseguridades naturales a la vacunación masiva, unas lógicas desde el punto de vista de la desconfianza humana y otras absurdas desde el punto de vista de los argumentos políticos, ideológicos o simplemente idiotas que las justifican, este estado de confusión permanente solo contribuye a aumentarlas. Ni siquiera está claro qué va a ocurrir con aquellas personas que ya han recibido una primera dosis de AstraZeneca y les falta la segunda. Solo 20.000 en Navarra. Ni tampoco con quienes están citados para vacunarse con este vial y ahora duden o directamente se nieguen a ello. Absurdo este desconcierto. No solo no hemos avanzado en la mejora de la información, sino que la comunicación es cada vez más contradictoria y confusa. Un campo abonado para la proliferación de la sobreinformación que siempre deriva en desinformación, bulos, tertulias verbeneras y la intoxicación de la opinión pública. Creo que ya no es posible controlar con un mínimo de sentido común todo ese ámbito comunicativo. Ya es tarde. Sin olvidar que ese estado de confusión de ideas, opiniones e informaciones impide saber la verdad de los hechos de por qué precisamente AstraZeneca -la vacuna de coste más barato, por cierto- está en el ojo del huracán en plena batalla entre las grandes farmacéuticas por hacerse con un botín que suma miles de millones de euros. Acojonante. O peor aún.