odo gira alrededor de las vacunas. Del proceso de vacunación masiva en marcha. La vacuna que te ha tocado, el día, los efectos secundarios si los has tenido, los familiares mayores ya inmunizados, los amigos con un poco más de edad que ya han pasado por los centros de vacunación, las llamadas que se han perdido por un despiste o los SMS que el aitatxi no ha visto o el cálculo sobre cuándo te puede tocar a ti. En mi caso, todo está siendo positivo. Tranquilidad, agradecimiento, alegría y satisfacción por el trato recibido y la rapidez y eficacia de Osasunbidea. Sobre las vacunas báscula la necesidad de esperanza y también la confusión. Salud Pública señala ahora septiembre como la fecha más posible para alcanzar el 70% de la población navarra ya inmunizada. Mejor reconocer que la previsión inicial -antes del verano- ha sido superada por la realidad de un proceso que si era complejo de partida además se ha ido enredando con las sucesivas polémicas sobre las diferentes vacunas que seguir manteniendo una expectativa que el paso del tiempo ha desmontado. Si la pasada semana se puso en el ojo de la duda a AstraZeneca, esta semana se ha repetido la historia con Janssen. El riesgo es que el estado de confusión creciente acabe sumando al cansancio y las dudas acumuladas en este año el enfado y la queja como únicas respuestas. Más aún si las noticias -más centradas en alertar de los riesgos que en resaltar los beneficios- y los mensajes contradictorios de los responsables políticos sobre cualquier nuevo paso relacionado con la pandemia del coronavirus contribuyen a evitarlo. Un día se transmite una decisión y al siguiente, la contraria. Ahora ha tocado situar en el tablero de la incertidumbre social y la polémica política el final del estado de alarma a partir del 9 de mayo. Lo ha anunciado el presidente Sánchez sin asegurarse los apoyos suficientes y sin que los datos reales de la evolución de esta cuarta ola del coronavirus avalen mínimamente esa decisión. Más bien apunta en sentido contrario. En Navarra, sin duda. Parece difícil de entender que mientras Navarra aumenta la mortalidad y crecen los contagios pese a las restricciones que se aplican -19.000 navarros y navarras de siete localidades no pueden salir de las mismas sin justificación más los cierres en hostelería y los límites horarios- se pueda pensar en eliminar el estado de alarma y el toque de queda en apenas 20 días. Tiene más de temeridad, improvisación y oportunismo que de realidad. El desconcierto y la falta de sosiego en la toma de decisiones, creación de expectativas, predicciones de futuro y acción política -ahora también las elecciones en Madrid- se han instalado definitivamente y sin que nadie lo haya remediado, en el centro de la gestión de la pandemia sanitaria. Es lo que hay. Al menos, saber que el objetivo de lograr la inmunidad colectiva del 70% de la población navarra no llegará hasta septiembre evita seguir especulando estúpidamente sobre la celebración de los Sanfermines y las fiestas de verano. Al alcalde Maya le han vuelto a anunciar por la espalda lo que todos los ciudadanos de la vieja Iruña y del conjunto de Navarra sabían y asumían desde hace semanas, que tampoco este 2021 va a ser un tiempo de fiestas como las conocemos. Tarde otra vez. Cosas del coronavirus, no de la política.