l margen del debate de fondo sobre los objetivos políticos e intenciones partidarias que anida cada año, la celebración del denominado Día de la Fiesta Nacional - en competencia directa con los festejos taurinos-, antes Día de la Hispanidad y Día de la Raza, el ruido final se centra en las presencias y ausencias políticas, en el alcance de la pitada habitual de cada año al presidente el Gobierno de turno cuando no es un Gobierno de la derecha y en los desaguisados hilarantes que se producen durante la exhibiciones militares del desfile. Un compendio de la nada real que es este acto heredado del más rancio franquismo. Este año, el protagonismo se lo ha llevado otra vez la Patrulla Águila del Ejército del Aire porque su exhibición de vuelo de acrobacias acabó dibujando la bandera republicana en vez de la roja y amarilla. No acaban de tener suerte, eso es cierto. Si en el anterior 12-O los colores acabaron en un rojo y blanco más parecidos a la camiseta del Athletic, esta vez se coló el morado en vez del rojo. La cara de Felipe VI que recogieron las imágenes de televisión lo volvió a decir todo. Pero lo más penosos es ese empeño en seguir conmemorando de manera oficial y con todo el pompa y boato más rancios aquel sonrojante Día de la Raza, que luego pasó a celebrarse como Día de la Hispanidad en un intento vano por involucrar el interés de América Latina. Que en pleno siglo XXI se siga haciendo exaltación patriótica de aquel episodio histórico de colonización, genocidio humano y robo ingente de todo tipo de riquezas y recursos naturales es desolador. Es un hecho objetivo que todos los imperios europeos que colonizaron territorios del mundo -América del Norte, América Latina, Asia, África, Australia, Oceanía-, lo hicieron con el abuso de la fuerza bruta y la muerte, la explotación y la esclavitud y la apropiación de tierras y bienes de los pueblos originarios. Castilla, ni tampoco los navarros de país que allí llegaron, fue una excepción. Es la verdad. Y aún se sigue haciendo ahora a cargo de las grandes corporaciones multinacionales. Y por el mismo motivo: por la riqueza. Estos días he leído y escuchado discursos y argumentarios deleznables sobre ello. Tan falsos e irreales como indignantes. Y luego está la democrática moda de abuchear, pitar e insultar al presidente de turno del Gobierno, en este caso a Sánchez como antes le tocó a Zapatero. Quizá sea cierto que quienes pitaron a Sánchez y lanzaron groserías de una cutrez machista y cazurra de baja estofa a las ministras son agitadores de extrema derecha, lo que en todo caso no parece importar al PP, que no se ruboriza por ello y jalea la protesta. O quizá peor, son simples fanáticos creyentes de las proclamas golpistas contra el actual Gobierno legítimo y democrático que columnistas, políticos, tertulianos y personajes de la farándula más variopinta animan cada día desde los medios. Por supuesto, esos abucheos aquí hubieran costado identificaciones y procesos judiciales. Allí simplemente forman parte del protocolo de un acto que pasa desapercibido para la inmensa mayoría de los ciudadanos del Estado. En realidad, para evitar todo esa suma de patochadas que se repiten cada año bastaría con suprimir el vanidoso desfile militar y evitar el espectáculo anual de ver correr a la cabra a la desesperada delante de la Legión.