uis Azanza siempre tenía un consejo guardado en el bolsillo ante cualquier situación de vida, una respuesta que siempre te hacía pensar. Te aportaba una mirada diferente, reflexiva y profunda, la misma que te sorprendía como fotógrafo. Quizá porque le interesaba el mundo de las emociones y la parte psicológica que nos mueve a todos. Aquello que nos motiva o tortura. Como buen antropólogo urbano sabía interpretar, desde la bondad, la humildad y la generosidad, la vida de los otros. Sin caer en etiquetas. Para capturar el fondo de cada instante con su cámara o los momentos de relax con los amigos. Lo recuerdo así desde mis comienzos en el periodismo (pertenecía a esa generación de los sesenta que siempre admiré por su calidad profesional y compromiso social) con su estilo rompedor, su gorra y su coleta, y su eterna sonrisa. Con él se podía hablar de todo. Sabía escuchar además de ser un tío extremadamente culto y muy leído. "No te olvides de decirle lo mucho que has aprendido de él", me insistía poco antes de morir mi padre y nada más fallecer su madre. Se lo has puesto fácil a Berta, te has marchado sigiloso. Como contabas de tus viajes, cuando retratabas esos "instantes mínimos", hay momentos en los que el tiempo discurre "despistado, moroso de si mismo, ni lento ni rápido, íntimo incluso entre la muchedumbre, ajeno". Hay que saber vivir cada momento sin pretensiones, cierto. Por eso te fuiste sin avisar para que te recordáramos como eras. Un hombre feliz que supo dar sentido a su vida.