De forma más o menos soterrada, la crisis política que ha desatado la votación en el Congreso de la reforma laboral en UPN ha desvelado también ramificaciones cuando menos extrañas en la situación del Gobierno de Navarra. La presidenta Chivite se ha desmarcado del acuerdo y ha defendido el diálogo con todos los grupos parlamentarios. Lo primero tiene lógica. El acuerdo que cerró Ferraz con Esparza y su traslado a la política navarra ha sido un fiasco descomunal. No sólo ha obligado al PSN de Pamplona y a su portavoz Maite Esporrín a desdecirse de todas sus posiciones públicas para salvar la desastrosa gestión de Maya en Iruña, sino que ha concluido dejándole sola al pie de los caballos para nada. Y también lo tiene, desde un punto de vista institucional, la apuesta por el diálogo en el ámbito parlamentario. Pero no parece que eso sea todo lo que ha ocurrido estos días. Ni el PSOE ha desvelado el contenido de los acuerdos alcanzado con UPN, ni tampoco lo ha hecho la actual dirección de UPN, que ni siquiera se los quiso comunicar a Sayas y García Adanero. No huele bien. La transparencia y la estabilidad han sido dos de las señas de identidad del Gobierno de coalición en Navarra, tanto en el Ejecutivo entre sus socios -PSN, Geroa Bai y Podemos-, como en el Parlamento con sus apoyos políticos EH Bildu e I-E. Abrir ahora un camino oscuro de pactos parece una vuelta a los viejos tiempos del viejo régimen, donde la voluntad democrática de los electores navarros se manoseaba o se utilizaba como moneda de cambio en Madrid en comidas de mesa, mantel y copas. Fue un mal camino para el PSN y lo ha vuelto a ser ahora de nuevo en Madrid e Iruña. El historial de humillaciones y renuncias al que UPN ha sometido al PSN es tan largo como esos largos años de sometimiento a los intereses de la derecha. El ejemplo más palpable es el desastroso resultado de la teoría del quesito de Sanz. El PSN tocó suelo electoral y UPN aún no se ha recuperado de la desastrosa experiencia. Volver a ese tipo de acuerdos a espaldas de sus socios será un error. La presidenta Chivite ha insistido en casi tres años de coalición en que la fórmula política actual era una posición estratégica sustentada en la confianza, la lealtad y el compromiso ético mutuos. No creo que eso se haya roto, pero también en política las alianzas necesitan ser cuidadas con un mínimo cariño. El Gobierno de coalición está más ahormado socialmente que políticamente parece. Pese a la pandemia, los datos de empleo, crecimiento, ingresos y prestaciones públicas son buenos y no se palpa un malestar social generalizado. Mezclar, aunque sea solo una simple tentación, el modelo político de estabilidad con otro de inestabilidad será difícil de explicar a la opinión pública navarra. Sobre todo, cuando esa inestabilidad que acompaña al discurso de Esparza está en las propias filas de las derechas navarras. Si UPN nunca ha sido un socio fiable para el PSN para otra cosa que no fuera actuar como su muleta, menos lo va a ser ahora cuando debe afrontar una crisis interna que se extenderá a todos los espacios conservadores de Navarra y cuyo resultado final está lejos de clarificarse. Mejor encaminar el último año de Legislatura siguiendo la linea de afrontar, con la prioridad del interés general, los restos del empleo, el estado de bienestar y la convivencia democrática.