De todas las imágenes que ayer me pusieron la piel de gallina me quedo seguramente con dos. La cara de emoción de mi sobrina de 16 años antes de subir al que fue su primer chupinazo en Iruña más los preparativos con la cuadrilla, los nervios del día anterior, las preguntas a las tías sobre los escenarios de la fiesta y quién es quién... Con toda una vida por delante y las ganas de comerse el mundo.

Y, ayer, lo que transmitían las manos de María Elorza, la mujer de Juan Carlos Unzué, antes, durante y después del chupinazo anudándole el pañuelo. Una mano, como otras muchas, que además de transmitir toda su fuerza y ánimo, profesan admiración hacia personas como Juan Carlos. Lo reconocían los fotógrafos y periodistas que han podido estrecharle la mano: “Ha sido un lujo conocerte”, se sinceraban tras conocer de cerca a una persona que se entrega en todo lo que hace y lucha con una fuerza y una alegría más que admirable. “La frustración y las dificultades las tenemos que normalizar, sobre todo a la gente joven. No podemos estar vendiéndoles a nuestra gente querida y joven que la vida es un camino de rosas porque no lo es”, admitía en una entrevista unos meses antes. Y así es la vida, mucho más que una fiesta. Y hay que valer para saber pelear con dignidad hablando de una vida plena. De hecho, el protagonista de ayer recordó emocionado a Montxo Iriarte, presidente de ANELA, en estado muy grave y que no pudo acudir como invitado. Rabia y emoción. Lo dicho, más que un cohete, un canto a la vida.