Visión borrosa, sueño excesivo, dificultad a la hora de moverse, ver u oír cosas raras o no recordar qué ha pasado en las horas anteriores. Son algunas de las señales de la llamada sumisión química, relatan sus víctimas, mujeres que saben que ha pasado algo pero en realidad no pueden pensar con claridad, que se encuentran a las seis de la madrugada solas, sin móvil, cartera ni mochila, y que ni siquiera denuncian por vergüenza, miedo o inseguridad.

Los casos denunciados en los Sanfermines han levantado de nuevo las alarmas contra este tipo de ataques en los que la víctima, especialmente joven, se encuentra en una situación de extrema vulnerabilidad para robarle o agredirla sexualmente. Drogas (éxtasis líquido o sedante, psicotrópicos que combinados con alcohol producen “una bomba” en el organismo al que anulan o burundanga) que se vierten en bebidas o se suministran mediante una inyección.

No puede haber una forma más cobarde, premeditada y vil de cometer una agresión o violación. Sin el consentimiento de la víctima y sin su conocimiento. Secuestrándola. Un delito repugnable. Tranquiliza saber que los casos denunciados las primeras horas de Sanfermines sobre posibles pinchazos no contenían sustancias químicas pero lo cierto es que ese miedo ha existido y existe entre las chavalas porque cada vez se conocen más casos de tíos que se creen inmunes y se dedican a pinchar a mujeres por los bares o discotecas para lograr someterlas sexualmente.

Tan repudiable como aquellos que siguen creyendo en la fiesta que si las mujeres se emborrachan y las invitan a chupitos son más accesibles.