Si no quieres taza, taza y media. Continúa la ofensiva centralista contra las capacidades políticas y fiscales del autogobierno foral. La pasada semana escribía una reflexión crítica sobre el enésimo recurso de inconstitucionalidad contra una ley foral aprobada en el Parlamento de Navarra. En ese caso, el Gobierno central –ahora conformado por PSOE y Unidas Podemos con el respaldo en el Congreso entre otros, de PNV, parte de Geroa Bai, y EH Bildu, creo que obviar esta correlación de fuerzas allí y aquí puede ser un error grave para los socialistas–, arrastraba la Ley de Contratos Públicos ante el Tribunal Constitucional, a donde había llevado unas semanas antes también la Ley del Cambio Climático de Navarra.

Ahora, ese mismo Gobierno de Sánchez aprueba una nueva norma tributaria que grava los ingresos de la banca y el sector energético que se están beneficiándose con ingentes miles de millones de beneficios con la actual crisis global. Pero la hace dejando fuera a la Hacienda Foral –también al resto de las haciendas forales de la CAV–, y dejando al margen el Convenio Económico, la norma básica con la que Navarra y el Estado pactan los impuestos de nueva creación. El argumento del centralismo es en realidad un subterfugio: este nuevo gravamen tributario no se tramita como un impuesto, aunque lo es, sino bajo la denominación eufemística de prestación pública no tributaria.

De esta forma, el Gobierno central se salta el marco jurídico para impedir que la Hacienda Foral de Navarra pueda recaudar directamente ni un solo euro de lo gravado ahora estas empresas. Una falta de respeto a los derechos históricos y la excepcionalidad fiscal foral que recoge la Constitución a través del reconocimiento de los derechos históricos y que se vehiculiza por medio de la negociación bilateral entre Navarra y el Estado. De momento, silencio cauto desde Hacienda Foral. También desde el Gobierno de Navarra a la espera de que la norma presente un texto definitivo al concluir su tramitación en el Congreso.

Puede ser un error o un olvido, algo que cuesta creer visto el recorrido del centralismo en los últimos años, pero aún en ese caso sería otra muestra del nulo interés que tienen los responsables de la involución centralista por tener un mínimo de consideración a los valores políticos de los regímenes forales. Me sigue sorprendiendo, eso sí, la falta de contundencia en la respuesta política e institucional de Navarra ante esta sucesión de desplantes a su autogobierno, a una estrategia diseñada y planificada por llevar al mínimo las potencialidades y posibilidades de sus herramientas forales. No hubiera ocurrido así hace solo unos años, en la década de los 90 por ejemplo.

Una cosa es la triste realidad que la Navarra de hoy, política y socialmente, esté ya muy lejos de su reclamación histórica de la reintegración foral plena y otra peor es este alejamiento social y desinterés político. El autogobierno es hoy un argumento político secundario –sin duda un error–, pero quizá sea más necesario que nunca en las últimas décadas disponer de la máxima gestión de todas las capacidades políticas, presupuestarias y fiscales propias que aún permanecen como resto de lo que fue el autogobierno histórico de Navarra ante los tiempos complejos e inciertos que parecen avecinarse de nuevo. Es mucho lo que se pierde en cada cesión a esos ataques.