En un nuevo impulso político y agitación mediática del proceso de recentralización del modelo de Estado, Navarra conmemora el 40 aniversario del Amejoramiento, una vez más con evidente desinterés social y como es habitual con más pena que gloria. Una lluvia fina constante, ahora de la mano del Gobierno de PSOE y Unidas Podemos como antes iba al paso del PP, y que siempre ha contado con mayor o menor entusiasmo de la complicidad, cuando no sumisión, de UPN y del PSN cuando los socialistas habitan los despachos de los ministerios. El Amejoramiento –el palabro ya dice mucho de que las intenciones políticas de lo que se estaba perpetrando eran aviesas–, fue un instrumento amañado y diseñado en los conciliábulos de Madrid, excluyendo a una buena parte de la sociedad y la representación política navarra, un apaño para dejar como un recuerdo histórico la reivindicación de la reintegración foral plena previa a la traición de la denominada Ley Paccionada de 1841 o la oficialidad del euskera y a espaldas del pueblo navarro, al que se le impidió siquiera refrendar sus contenido en una consulta democrática. Son los lastres que ha arrastrado el Amejoramiento desde 1982. Además, claro, del incumplimiento de sus contenidos por parte del Estado. Un texto cuya aplicación ha sido restrictiva y, en el ámbito de las competencias, siempre sumisa a los dictados de Madrid. Hay una decena larga de transferencias que no han llegado a Navarra, entre ellas Tráfico o la gestión de la Seguridad Social. El Amejoramiento no se cumple y la bilateralidad política tampoco y el Convenio Económico, la otra pata que sostiene hoy las capacidades que aún mantiene el autogobierno de Navarra, se intenta cercenar en cada nueva negociación con el Estado que afecta a sus contenidos normativos o a la negociación de la Aportación al Estado. Ahora, 40 años después, la necesidad de abordar una reforma del Amejoramiento, además de una cuestión de debate político partidista, es, sobre todo, una cuestión de utilidad y supervivencia para el propio Amejoramiento. De lo contrario, morirá política y jurídicamente de la enfermedad de la inutilidad política. Una oportunidad para iniciar un debate sereno y serio sobre las necesidades de adecuación a las nuevas demandas de una sociedad navarra del siglo XXI que se le debe exigir a un texto de hace cuatro décadas. Una reforma que debiera servir también para reimpulsar el Estado de Bienestar foral mermado por los recortes y los nubarrores que acumulan la sucesión de crisis de este siglo XXI. Y sin las exclusiones antidemocráticas que se impusieron durante años en favor de unos pocos privilegiados de un régimen caduco y fracasado. Solo una reforma inclusiva de sus contenidos con nuevos consensos básicos e integradores que impliquen a la sociedad navarra puede otorgar utilidad política a un Amejoramiento que agoniza caduco para las necesidades de la Navarra de hoy. Y sometiendo ese acuerdo político al refrendo ciudadano. En Navarra todavía no se ha consultado directamente ni una sola vez a los ciudadanos sobre el Amejoramiento. Una de las inscripciones del Monumento a los Fueros dice: “Juraban nuestros reyes guardar y hacer guardar los fueros sin quebrantamiento alguno, mejorándolos siempre y nunca empeorándolos y que toda transgresión a este juramento sería nula, de ninguna eficacia y valor”. Palabras para no olvidar.