El verano no tiene precio, las vacaciones sí. Y más este año cuando los viajes están más caros que nunca. Disfrutar de los placeres veraniegos, de días soleados y noches cálidas, de baños en el mar, la piscina o el río, de paseos y de encuentros, de fiestas populares, de la oferta cultural gratuita... está al alcance de la mayoría sin moverte de tu entorno, pero las vacaciones de verano, en el concepto tal y como las entendemos socialmente, como esa respuesta a la inevitable pregunta de ¿dónde te vas este año? me temo que no han estado al alcance de muchos. Después de dos años casi de parón obligado y de escasa o nula movilidad, había necesidad y ganas de volar y viajar, de volver a recorrer lo conocido o de descubrir lugares nuevos. De cambiar de aires como una terapia necesaria. Pero con la inflación desorbitada los precios del sector turístico se han disparado y en muchos casos impiden esa movilidad o al menos están provocando cambios sustanciales en la manera de disfrutar de las ansiadas vacaciones de verano. Hoteles que triplican su precio, hostelería que más que nunca hace el agosto, transporte encarecido por la subida del combustible... hacen que el presupuesto no dé para todo y que las vacaciones se vayan readaptando a ese obligado menor consumo. Optar por viajes más cortos (la media son cinco días) y elegir destinos más cercanos. Dicen las encuestas, que más de la mitad de los que sí pueden viajar han acortado las estancias y uno de cada tres ha decidido cancelar a la espera de un otoño que se avecina caliente. El verano no tiene precio, pero este año todo sale demasiado caro, veremos lo que está por llegar.