Si por Feijóo fuera, los restos del genocida Queipo de Llano seguirían sepultados al pie de un altar en la basílica de la Macarena de Sevilla. Y los de Franco en el Valle de los Caídos. Porque él no se pronuncia sobre estos asuntos. En realidad, todo lo que tiene que ver con el golpe militar de 1936 y sus consecuencias sigue provocando sarpullido en la fina piel del PP y espasmos en su cadena de ADN. Se sienten incómodos y no lo pueden disimular. Como hay que regatear preguntas comprometidas, interrogado sobre la exhumación del general responsable del exterminio de decenas de miles de andaluces, Feijóo se agarró al argumento de que prefiere “hablar más de los vivos que de los muertos”. Si fuera fiel a esa afirmación, que parece producto de su responsable de comunicación, Feijóo debería interesarse por las demandas de familias de fusilados y represaliados, por quienes siguen buscando a su gente enterrada en alguna cuneta, por escuchar a los que piden reparación y memoria. Porque son vivos los que recuerdan el exterminio planificado y radiado día a día por Queipo en sus arengas y soflamas desde Radio Sevilla. Son vivos los que siguen denunciando aquella represión. Son vivos los que no han podido dar sepultura a su gente. Son vivos, pero Feijóo tampoco habla de ellos.