Hay cosas importantes, muy importantes a veces, que comienzan sucediendo lejos de Navarra, pero que con el tiempo, poco a poco o de golpe, acaban llegando también a nuestra tierra y forman parte de nuestra vida y convivencia y son también parte de nuestras propias cosas importantes. Lo cierto es que la postverdad se ha puesto de moda. Es un neologismo para señalar que la apariencia de los hechos es más relevante que los hechos en sí aunque eso signifique avalar una falsedad. Lo que ahora se denomina la creación de nuevos marcos desde las agendas políticas, judiciales e informativas.
Y con la amplitud casi ilimitada de comunicar, las mentiras pueden resultar verdades incuestionables que se aceptan de forma natural. El neolenguaje de Orwell. Hay más nuevas postverdades, pero de entre todas ellas hay una que me cuesta comprender por su alcance inaceptable en mis valores familiares, educativos, culturales, identitarios, ideológicos, incluso restos del aquel mensaje del Jesús más evangélico que siempre deja algo ahí, como es la extensión del odio como argumento de acción humana que se va imponiendo con cada vez menos capacidad de resistencia democrática. Es difícil escribir del odio. Pero el odio está ahí desde siempre, anida y se desarrolla en las profundidades más oscuras de los seres humanos. No es casual. Necesita una exhaustiva justificación personal y para ello hay todo un compendio de manuales y argumentos de humano contra humano. No creo que otra especie animal sea capaz de desarrollar el ansia del odio. Quien odia siempre encuentra razones profundas para ese odio, ya sean políticas, religiosas, económicas, raciales, sexuales... O deportivas si es necesario. Es patético e inhumano cuando lo ves en su acción real.
De hecho, odiar no parece ser tan difícil repasando la larga historia del odio en la humanidad. Siempre los odios, ya sean individuales o colectivos, encuentran un diferente, un otro contra el que manifestarse, como cualquier otro fantasma interior. Ya digo que no sé si interesa ni si tiene sentido, mucho o poco, escribir del odio. Ni mucho menos si hay soluciones humanas posibles contra el odio. Quien odia parece que odia con convencimiento de causa, con el fanatismo de cualquier verdad absoluta, y eso tiene difícil reparación. Seguramente es irreparable, quien odia lo hace con consciencia y sus actos son conscientes. Tengo la sensación de que el odio está campando ahora a sus anchas como un virus en las propias esencias de las humanidad actual. Una época en que se recortan derechos democráticos y constitucionales en el ámbito social, laboral, judicial y político. Un retroceso progresivo hacia posiciones reaccionarias y ultraconservadoras que en muchos casos se sitúan en un ámbito predemocrático y donde el control político de los altos tribunales de justicia y las cloacas policiales han dejado contra las cuerdas a las democracias.
No es esta vez una excepción muy española eso como ha sido como en otras épocas, avanza sin control por todas democracias. Desde los EEUU de Trump a la UE con una inestabilidad creciente y avances antidemocráticos en cada vez más estados, mientras sus dirigentes dan vueltas como pollos sin cabeza en el concierto de la geopolítica internacional. Quizá la distopía ha llegado y nadie sabe cómo ha sido.