“Si estas palabras mías les llegan, sepan que Israel ha logrado matarme y silenciar mi voz. A quien corresponda: La ocupación ahora amenaza abiertamente con una invasión a gran escala de Gaza. Durante 22 meses, la ciudad ha estado sangrando bajo incesantes bombardeos desde tierra, mar y aire. Decenas de miles de personas han muerto y cientos de miles han resultado heridas. Si esta locura no termina, Gaza quedará reducida a ruinas, las voces de su gente silenciadas, sus rostros borrados, y la historia los recordará como testigos silenciosos de un genocidio que decidieron no detener. Por favor, comparte este mensaje y etiqueta a todos los que tienen el poder de ayudar a poner fin a esta masacre. El silencio es complicidad”.

Es uno de los mensajes que dejó escrito para el día que fuera asesinado por Israel el periodista palestino Anas al Sharif, uno de los seis miembros del equipo de información de la cadena árabe Al Jazeera en Gaza asesinados por un misil en la tienda de campaña que les servía como sede de trabajo. Estaba en la diana del Ejército sionista de ocupación y sabía también cual sería su destino por seguir cumpliendo su deber profesional de informar. Israel le acusa ahora de ser miembro del grupo terrorista islamista Hamas, un señalamiento habitual para justificar sus asesinatos. Es el argumentario de quienes incumplen sistemáticamente las leyes para intentar justificar sus fechorías. Un paso más para limpiar de periodistas y someter la información y los hechos a un control férreo para ocultar la verdad. Tel Aviv impide el acceso de los periodistas occidentales y extranjeros a la franja de Gaza y está matando de forma sistemática a los reporteros locales que documentan el genocidio y son ya 236 periodistas asesinados por el Ejército israelí, muchos junto a sus familias, en un espacio territorial reducido y en solo 22 meses. El asesinato de Anas pone de nuevo en primera línea la defensa de la libertad de información, un derecho democrático fundamental que Israel trata de vulnerar y anular en un vano intento de ocultar los crímenes de guerra que está cometiendo en Gaza y también en Cisjordania empezando por silenciar a quienes informan de ellos. Un intento vano, porque las imágenes de sus bombardeos, de la estrategia de extensión del hambre y la sed, de la destrucción de hospitales, infraestructuras, ciudades, cultivos y tierras llegan diariamente a todo el mundo.

Y también porque los propios vídeos que emiten sus soldados y los discursos de sus ministros, diputados y rabinos desvelan sin disimulo su intención de llevar a cabo una limpieza étnica y un genocidio del pueblo palestino. Y no solo Israel, hay una obsesión global por controlar y manipular la información para intoxicar a las opiniones públicas. Pero siempre habrá periodistas trabajando para contar esas historias, desvelar la verdad y salvaguardar el servicio público que es el derecho a la información. Publicar la verdad que no quieren que sea publicada. No habrá consecuencias políticas, judiciales, económicas ni diplomáticas tampoco esta vez contra Israel. Muchas palabras y gestos simbólicos, pero nada efectivo que obligue a Netanyahu a detener la masacre diaria de palestinos y a impedir la ocupación total de Gaza desatando el desplazamiento masivo de una población que no tiene siquiera donde ir ni fuerzas para hacerlo.