Se cumplen 10 años de aquella imagen del niño Aylan ahogado en una playa de Turquía en el intento de su familia por alcanzar un mundo mejor huyendo de la guerra en Siria. ¿Recuerdan a Aylan? Muchos seguramente ya no. Su padre reconocía ese mismo día que la muerte de Aylan no serviría para nada porque nada iba a cambiar. O la imagen de aquel otro niño que se llamaba Samuel, tenía seis años y huía de la violencia del Congo, que apareció ahogado en una playa de Barbate. Han pasado los años y desde entonces miles de niños y niñas han perecido en su búsqueda de una vida digna, ahogados en el mar o el río, desparecidos en los desiertos subsaharianos o en las fronteras y muros levantados contra la humanidad. En efecto, aquella emblemática foto entonces no cambió nada y según los datos hechos públicos ahora por Unicef, cada día un niño muere ahogado solo en el Mediterráneo.

La vieja y amoral Europa, corrupta y avariciosa, servil y burocrática, esconde bajo la sombra de ideas como democracia, derechos humanos o civilización, una miserable falta de ética y humanismo. Falsamente compungidos por la tragedia humana que se sucede cada día a las puertas de nuestras casas. No es demagogia. Demagogia son las leyes que les arrojan al mar, las leyes que impiden prestarles ayuda, la frialdad de sus semejantes que miran para otro lado mientras se ahogan por miles y los discursos y mensajes crecientes que azuzan el odio y la xenofobia como argumentos políticos. Víctimas mediáticas y víctimas invisibles. Víctimas de las que todos hablan, y víctimas de las que todos callan. Muy pocos hacen algo y cada vez menos hablan de ello.

Aquella foto se convirtió en simbólica, movilizó la solidaridad y alimentó las críticas a la inacción de los gobiernos. Un simple efecto momentáneo y nada más. Escribí entonces que aquella foto me impedía ser optimista, pero no imaginé entonces la involución hacia el fanatismo ultraderechista y xenófobo que se ha extendido por Europa. De nuevo, falsamente compungidos por la tragedia humana que se sucede cada día a las puertas de nuestras casas, un alud de denuncias y solidaridad bajo la sombra de ideas como democracia, derechos humanos o civilización que básicamente solo oculta una miserable falta de ética y humanismo mientras personas y familias enteras como nosotros se ahogan o desaparecen por miles. Esta semana miles de niños y niñas de tres años se incorporan a clase en Navarra, pero hay otros 50 millones de niños y niñas desplazados que viven lejos de su lugar de origen, obligados a escapar de la violencia o a emigrar en busca de un futuro mejor que quizá nunca exista para ellos y ellas. ¿Para qué sirven entonces los valores de la democracia?. Mañana ya no será muy tarde para alcanzar un mundo mejor, hoy es ya muy tarde.