El final de los bombardeos indiscriminados sobre la población civil y la destrucción de las ciudades y tierras de Gaza por parte del Ejército de Israel y por orden de Netanyahu son de momento realidad tras dos años de masacre generalizada contra el pueblo palestino como respuesta a los ataques terroristas de Hamas el 7-O de 2023. El intercambio de los rehenes que quedaban en manos de Hamas –aún faltan los cadáveres de 24 personas muertas bajo cautiverio–, la liberación de cientos de palestinos encarcelados en prisiones de Israel y la firma del Plan de Paz por parte de EEUU y los países mediadores en este alto el fuego Egipto, Turquía y Qatar, Israel evitó rubricar el acuerdo, debieran abrir la puerta a una nueva época para Palestina, Israel y Oriente Medio.

Pero ese camino, si realmente existe y es posible, será de difícil recorrido. De momento, los palestinos de Gaza reciben alimentos y se reactiva la atención médica, pero apenas tienen un lugar al que volver. Los propios presos liberados tuvieron pocos momentos para la alegría, ya que muchos de ellos se encontraron con la verdad de que sus mujeres, hijos, hermanos o amigos habían fallecido durante su encarcelamiento, que sus casas y tierras estaban destruidas y que el territorio en el que construyeron sus vidas estaba arrasado. La firma del Acuerdo de Paz es un paso adelante positivo, porque acaba con la barbarie de estos dos últimos años, pero ahora será necesario que cada parte cumpla con sus compromisos, que se aborde la reconstrucción de todos lo destruido en Gaza, el desarme de Hamas y se consensue un nuevo modelo de gobierno palestino. Ninguno de esos pasos parecen fáciles. Como no resulta visible hoy una solución eficiente para asentar un paz duradera, justa y verdadera, porque lo que está sobre la mesa no es solo la masacre de estos 24 meses, sino la continua violencia ejercida contra el pueblo palestino desde 1947. Palestina es hoy la suma de dos territorios separados, Gaza que está destruida y Cisjordania, sometida al control militar permanente y pieza de caza para los colonos sionistas. El resto de Palestina histórica forma parte de Israel tras el expolio ilegal de tierras y casas a los palestinos durante décadas. Buscar puntos de encuentro que garanticen la convivencia, la estabilidad y funcionamiento de dos Estados y la paz en esa tierra arroja muchas incógnitas sobre el futuro. Tampoco se puede enterrar las responsabilidades por los atentados de Hamas y por la matanza de más de 70.000 palestinos, la mayoría civiles inocentes y muchos de ellos niñas y niños y mujeres y de la desaparición de al menos 10.000 cadáveres entre los escombros.

La justicia y los tribunales internacionales tienen la obligación de actuar y de perseguir judicialmente a los responsables de unos hechos incalificables e inhumanos y de las violaciones sistemáticas de la legalidad y de los convenios internacionales. Y no solo los tribunales, sino los propios estados del mundo y sus organismos internacionales tienen también ese deber para que tragedias humanitarias como la vivida en Palestina no se puedan volver a repetir en ninguna parte del mundo. Aunque no sea esa la actitud y el interés que mostraron los líderes de EEUU, Europa, naciones árabes y países islámicos en Egipto. Más bien lo contrario. Y lo peor es que llueve sobre mojado.