Pasaba por la calle y me paró. Fue hace unos días, cerca del ascensor que sube a Pamplona. Estaba apurada. Me pidió si podía buscarle el teléfono de una persona en la pequeña libreta que llevaba a modo de agenda. Pasé las hojas leyéndole los nombres desordenados que tenía apuntados, pero no estaba el que ella quería. Me insistía, con su móvil en la mano, pero en la segunda vuelta a las hojas tampoco apareció.

Era una mujer yo diría que mayor, sin poder determinar la edad por ese desgaste del paso del tiempo que acarrean algunas personas, que les envejece al margen de los años que pasen. Una mujer necesitada de contactar con alguien con quien tenía que hablar en ese número de teléfono que finalmente no encontramos. Le pregunté si podía ayudarla en algo y me contesto que no. Le pregunté también, sin que sintiera que me entrometía, si no sabía leer, y me contestó que no sabía. Hablamos un rato, corto, le insinué que nunca es tarde para aprender y que hay recursos para ello. Pero creo que no me escuchaba. Había una urgencia mayor en su vida que aprender, sobrevivir.

O al menos eso pensé. Sobrevivir en nuestros días como mujer de avanzada edad, sin saber leer ni escribir, tiene que ser doblemente difícil. He pensado hoy en ella en esta fecha del 25 N, en este día en el que rechazamos cualquier forma de violencia contra las mujeres. Porque también es violencia no haber tenido las mismas oportunidades de las demás para estudiar y aprender y ser capaz de encontrar ese teléfono que en un momento dado de su vida tanto necesita.