Supongo que desde siempre hubo personas con la conciencia tranquila o en paz, como suele decirse. Lo que llaman la atención, o lo que a mí me llama la atención, es el creciente número de políticos que nos cuentan cómo está su conciencia cuando tienen que explicar por qué asumieron determinada posición política o, simplemente, cuando se les cuestiona su conducta
Según Hanna Arendt, Eichmann también alegó en el juicio que lo condenaría a muerte en Jerusalén por su responsabilidad en la deportación de millones de judíos en Europa del Este, que tenía la conciencia tranquila, que sólo había obedecido órdenes.
El expresidente José María Aznar se refugió, faltaría más, en la paz de su conciencia tras demostrarse que Sadam Hussein carecía de las armas de destrucción masiva con la que pretendió justificar su apoyo a la invasión de Irak en 2003. Seguro que el lector/a pondría más ejemplos.
Para empezar, una persona que pronuncia la frase "tengo la conciencia tranquila" sin que le tiemble la voz es una persona liberada de culpa, duda o angustia por las consecuencias de unas acciones que por lo general afectaron negativamente a alguien o a muchos (nadie aclara que tiene la conciencia tranquila cuando sus actos han tenido fuera de cualquier duda resultados beneficiosos). Da toda la impresión de tratarse de gente que no conoce la hesitación. Es gente con convicciones rocosas, que no conoce el remordimiento. Vamos, que son un peligro. La tranquilidad de conciencia nos hace inmunes a toda interrogación.
En el terreno de las relaciones interpersonales, en el ámbito particular o privado, es decir cuando un tribunal interior puede tener la última palabra a la hora de juzgar la propia conducta, invocar la tranquilidad de conciencia, vaya y pase. Pero produce estupefacción que se recurra al mismo expediente en el terreno de la política. A los políticos los juzgamos por los resultados de sus obras, por las consecuencias de sus iniciativas políticas, no por la paz o el íntimo desasosiego con el que sobrellevan sus quehaceres. Entendámonos, no discuto que semejante paz de espíritu sea auténtica ni sugiero que nuestros portadores de conciencias tranquilas sean unos cínicos. Digo que las responsabilidades por las consecuencias de los actos de los políticos no se disuelven en una conciencia pacificada por la íntima convicción de haber obrado bien. A los ciudadanos nos da exactamente lo mismo que los políticos tengan o no tranquilidad de conciencia por cómo han actuado. Lo que nos interesa es cómo han actuado y qué consecuencias han tenido sus actos.
Al menos desde Max Weber sabemos que en política la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad conviven en una tensión nada sencilla. El político, dice Weber, también está obligado por la "ética de la responsabilidad, la que ordena tener en cuenta las consecuencias de la propia acción". Pero ahora las cosas parecen ser mucho más sencillas: ahora un político puede invocar la tranquilidad de conciencia y punto. No se asume responsabilidad alguna. Este es el país de Alicia en el reino de la conciencia tranquila.
En pocas palabras, un político debería tener vedado ampararse en la tranquilidad de conciencia para explicar o defender las decisiones que tomó. Y nosotros, negarnos o dar por bueno semejante descargo. Por ello, cuando escucho a un personaje perteneciente al mundo de la política, las finanzas o las instituciones públicas manifestar abiertamente, cuando por alguna razón se le critica, que tiene la conciencia muy tranquila, se me disparan las alarmas y mi incredulidad hacia él/ella se hace irreversible. El autor es licenciado en Derecho por la UNED