La Antropología es la ciencia que estudia el comportamiento biológico y social de la especie humana. Así, los antropólogos saben que los usos y costumbres del hombre son extraordinariamente variables: en la India la familia de la novia debe entregar una dote al novio, en algunos países de África y otros continentes se lleva a cabo la ablación del clítoris de las mujeres en su pubertad o adolescencia, en China se come carne de perro, algunas tribus africanas son caníbales, etcétera. Esta variedad no sólo se da de unos sitios a otros, sino que también evoluciona con el tiempo: en la España de la Edad Media se quemaba a los herejes en una hoguera, hace un siglo las mujeres no llevaban falda por encima de la rodilla, y hasta finales del siglo XVIII había esclavos en casi todos los países del mundo. Todos estos son ejemplos de costumbres que, a quienes hemos crecido en este momento y lugar, nos resultan raras, extrañas, incluso incomprensibles.
Desde un punto de vista antropológico, resulta por lo tanto normal que al alcalde de Pamplona le parezca que no ha lugar a debatir sobre si tiene o no que haber encierro en Sanfermines, por ser una costumbre de gran arraigo y tradición en nuestra ciudad y otros lugares de Navarra. Pero es precisamente lo extraordinario de este evento lo que provoca que miles de personas de todos los continentes se acerquen a conocerlo año tras año. Y no por ello lo implantan en los lugares donde viven, porque allí no es un acto normal y carece de cualquier encaje en sus usos y costumbres.
Personalmente hace ya tiempo que no consigo encontrar la lógica a que un Ayuntamiento ponga en peligro la vida de sus ciudadanos. Los gobiernos y administraciones, como es lógico, están para velar por el bienestar de los ciudadanos, no para poner en riesgo su seguridad y salud. Así lo recogen multitud de normas, comenzando por la Constitución española en su artículo 43, que reconoce el derecho a la salud, y en su artículo 104, que establece que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, bajo la dependencia del Gobierno, tendrán como misión proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades y garantizar la seguridad ciudadana. ¿No va en contra de la seguridad y salud de los ciudadanos soltar toros bravos por las calles?
Es evidente que en el encierro participa el que quiere, y el que lo hace sabe, o debe saber, los riesgos que corre. Pero, aunque las comparaciones son odiosas, lo mismo cabría decirse en el caso de las drogas o la velocidad en carretera, y la actuación de la Administración en estos casos prioriza el cuidado de la seguridad y salud sobre las libertades individuales en el uso de nuestros cuerpos, justamente al contrario de lo que hace el Ayuntamiento de Pamplona como organizador de los encierros.
Por último, en términos económicos, cabría sopesar los costes y beneficios de los encierros de Pamplona. Sumando costes de vallado, limpieza, policía, medios sanitarios, alteración del tráfico, etcétera. Si le añadimos el coste del seguro que el Ayuntamiento contrata para, entre otras cosas, indemnizar a los familiares de los fallecidos en el encierro, reconociendo así su responsabilidad en dichas muertes, el coste de este evento se eleva a muchas decenas de miles de euros. Es posible, incluso seguro, que los ingresos por los numerosos turistas en Sanfermines compensen estos costes. Pero también lo es que esta gran atracción de visitantes no resulta del agrado de un número cada vez mayor de pamploneses, por las muy diversas consecuencias, no todas ellas positivas, que tiene la masificación de nuestras fiestas.
Antropología, legalidad, economía? En resumen, es posible que los encierros sean, por qué no, objeto de debate. Debatir es una sana y democrática costumbre y, mientras se haga con el debido respeto, enriquece a todas las partes, especialmente a quienes están dispuestos a escuchar al otro.