En mayo de este año participé en el Congreso del principal sindicato escocés, STUC, en el que intervino la primera ministra del país, Nicola Sturgeon. Antes de que ella tomara la palabra, decenas de sindicalistas exigieron al Gobierno escocés un mayor compromiso con los derechos sociales y laborales.

La primera ministra, lejos de ponerse a la defensiva, vino a concluir: “Sabéis que no nos gusta todo lo que decís y hacéis, sabéis que no siempre estamos de acuerdo, pero también sabemos que Escocia sería un país diferente, un país peor si no hubiese existido el compromiso y la lucha del sindicato durante tantos años”.

No son frecuentes desde el ámbito político el reconocimiento a la aportación del sindicalismo reivindicativo, ni la consideración de la huelga o la movilización como acciones necesarias para obtener mejoras sociales y laborales.

Muy al contrario, lo que prevalece en política es el valor del “consenso”, la “concertación” (no importa lo que se concierte y a costa de qué), reiterar las buenas noticias mediante la propaganda acaba convirtiéndose en el manual básico de cualquier gobierno.

Se trata, en definitiva, de ocultar el conflicto inherente a cualquier situación de desigualdad, de abuso, de dependencia... Se oculta porque enfrentar el conflicto lleva consigo cuestionar las posiciones de privilegio de la parte más poderosa.

El conflicto está presente cuando se extiende la precariedad laboral, cuando el acceso a una vivienda se vuelve cada vez más difícil; cuando las pensiones bajan y son más restrictivas...

Tomar conciencia de la existencia del conflicto social es el primer paso para transformar la realidad. Aunque los logros conseguidos desde la movilización social son a menudo olvidados con facilidad, sin ese compromiso es imposible explicar muchas de las transformaciones y avances que hemos conocido durante las últimas décadas. De la misma manera que tampoco puede explicarse el nuevo tiempo político que hace más de tres años se abrió en Navarra.

No hay una sola lectura del cambio

Han pasado ya más de tres años desde el desalojo del Gobierno de Barcina. Un acontecimiento político que permanecerá imborrable en la memoria de miles de navarras y navarros en esa mezcla de satisfacción por terminar con el Gobierno de los derroches, los recortes y la exclusión, y por la ilusión de abrir un nuevo tiempo.

No es ningún secreto, sin embargo, que tras más de tres años no haya una sola manera de entender el cambio. Probablemente, sí nos pongamos de acuerdo en que el cambio ha sido perceptible en aquellas medidas políticas que han conseguido integrar y reconocer esa parte de nuestra ciudadanía olvidada, excluida y maltratada por el pensamiento único de esa Navarra conservadora, foral y española.

Se ha avanzado en diferentes campos como: el reconocido del conjunto de las víctimas, el euskera, donde queda mucho por hacer pero hay una oportunidad que aprovechar (en esa lógica ELA fue el único sindicato que decidió firmar el decreto del euskera en la Administración). En el terreno sindical, el fin de las principales subvenciones nominales de UGT, CCOO y CEN son también pasos importantes. Es cierto que en estas cuestiones y en algunas otras hemos visto avances, sin embargo el cambio tiene mucho o casi todo por hacer cuando se habla de cambio político y social.

Cambio social, mucho por hacer

Los recortes y reformas de PP, PSOE y UPN (reformas laborales, de pensiones, ventajas fiscales...) todavía prevalecen. Esas decisiones políticas explican el empobrecimiento progresivo que también sufre una buena parte de la sociedad navarra.

Es imprescindible recordar que quedan muchos recortes por revertir, que es necesario un cambio radical de algunas políticas, y que eso sólo es posible si se modifica la actual estructura fiscal que recauda poco y mal.

Navarra está a la cola de la recaudación entre los países de la UE. De igualarse a la media, la Hacienda Foral recaudaría 1.675 millones de euros más. Gracias a las ventajas fiscales, las empresas con beneficios aportan al Impuesto de Sociedades 337 millones menos que en 2007. No es cierto que no hay dinero. Se produce más riqueza, pero su reparto cada vez es más desigual.

Sin embargo, el Gobierno y el cuatripartito han decidido no incrementar la recaudación por la vía de los impuestos y la persecución del fraude a los que más tienen.

Ahí empiezan buena parte de los problemas: cuando se quiere mejorar la educación, la sanidad, la protección social, se nos repite eso de “no hay más dinero”. ELA mantiene una posición critica ante una afirmación que no es verdad y que acaba suponiendo que muchas de las políticas del Gobierno sean continuistas de las del anterior.

Por ejemplo, el último acuerdo de Educación donde se mantienen recortes (incluso ya se está incumpliendo), la negativa a subir siquiera el IPC al conjunto de la plantilla del sector público, la Ley de Policías que va camino de ser aplaudida por UPN, o las insuficientes propuestas para terminar con la temporalidad (más del 30% en Salud y Enseñanza). Son cuestiones inaceptables.

Hablando de empleo, ELA no ha dado por bueno que el Servicio Navarro de Empleo (SNE) siga sin apostar por la gestión pública. Por otra parte, negarse a debatir en el Parlamento la ILP sobre vivienda y protección social es un hecho muy grave, impropio de un Gobierno democrático.

El valor de la autonomía y la interpelación

La autonomía de una organización, sostenerse con sus propios recursos, no depender de nadie ni política ni económicamente, permite a ELA algo muy importante: objetivar las cosas y llamarlas por su nombre, sin condicionantes externos.

La aportación al cambio no puede ser rebajar las reivindicaciones, relativizar los recortes, abandonar la movilización... La desactivación social, en definitiva, sería una pésima noticia para quienes queremos el cambio político y social. Eso no es trabajar por el cambio. No solo se pierden oportunidades para avanzar en derechos sociales y laborales, sino que, además, desde la inacción se deja camino libre al régimen, otorgando el monopolio de la influencia en la política a los de siempre.

El Gobierno debería ser sensible a esta realidad porque, de lo contrario, lo que queda es un riesgo de institucionalización del cambio (hablan cada vez menos de cambio y más de estabilidad).

El cambio, los cambios de verdad, tienen recorrido cuando se mantienen vivos desde la calle, desde la base social que los demanda. Hay partido para jugar mientras las personas en conflicto continúen recordándolo: clase trabajadora, pensionistas, feministas, ecologistas, euskaltzales...

Por ello, con la misma naturalidad que afirmamos que se ha avanzado en una Navarra más democrática, más respetuosa e integradora, también afirmamos que es mucho lo que queda por hacer en eso que se llama cambio político y social. Por eso, no debemos aparcar la movilización, la aportación crítica ni la transformación social como objetivo. Justo lo contrario de apelar a la estabilidad como un valor en sí mismo.

El autor es coordinador del sindicato ELA en Navarra