a mi juicio El reino era la mejor película en esta edición de los Goya 2019, pero hay valores que están por encima del propio cine, valores que son necesarios para, de una vez por todas, recibir esa bofetada de realidad. Campeones es el triunfo de la realidad, la película vencedora que, afortunadamente, ha calado comercialmente para darnos una lección de vida.

Jesús Vidal es un campeón (no me gusta la etiqueta discapacitado) que se ha llevado el Goya a mejor actor revelación. Su discurso nos tocó a todos el alma. Encaró el micrófono para ser él mismo, algo hoy en día en extinción, sincero, limpio y desde el corazón. Nos habló de la importancia del amor y la lucha, del esfuerzo y el reconocimiento, de la educación y el orgullo de ser hijo de unos padres que le han dado todo.

Jesús Vidal ha sido el altavoz de muchos invisibles que han dicho: “Estamos aquí y nos quedamos para siempre en primera línea”. Nunca habéis estado en segunda división, en segunda división hemos estado la sociedad con nuestra actitud despreciable y vosotros nos habéis puesto en nuestro sitio. Este acontecimiento ha sido muy importante, el discurso de Jesús marca un antes y un después y me ha hecho recordar un hecho de hace unos años que paso a detallar.

En un programa de radio escuchaba a un ilustre y conocido tertuliano decir los siguiente: Programa Cowboys de medianoche, con fecha de 30 de septiembre de 2011, minuto 31:34. Palabras textuales de Eduardo Torres Dulce: “En Spencer Tracy dicen que influyó mucho el hijo subnormal que tenía”. Ante esta barbaridad no me pude resistir y escribí una carta a dicho programa de radio, parte de esa carta decía: “No me parece de recibo referirse en este penoso término al hijo de Spencer Tracy, llamándolo “subnormal”. Sorprende escuchar expresarse así a un señor de su categoría, que presume de ser adalid de la lengua española pero, sin embargo, habla como si estuviera en una taberna rodeado de tintorros. El micrófono requiere responsabilidad y respeto y más cuando uno se refiere a un niño, sí, un niño del pasado ya fallecido por la vejez, pero que representa a un niño que no merece jamás tal calificativo y sobre todo representa a su fundación, a la Fundación John Tracy y, lo más importante, a los miles de niños que sufren el síndrome de Usher.

John Tracy era sordo, tenía un problema auditivo debido a este síndrome congénito que afecta al oído y con los años a la vista. De haber tenido algún tipo de discapacidad (que no la tenía) no creo que esa palabra “subnormal” fuera la más adecuada, tal vez se dijera en los años 50 pero estamos en pleno siglo XXI y además añadir a tan garrafal error su desinformación para más inri.

John Ten Broeck Tracy nació el 26 de junio 1924, en Milwaukee. Antes de cumplir un año su madre se alarmó debido a que al dar un fuerte portazo de forma accidental el bebé no se despertó. Incluso después de seguir llamándolo alzando la voz debido al nerviosismo, el niño seguía durmiendo. Era sordo. Consultando a los médicos de la zona y tras el análisis de diversos especialistas diagnosticaron una causa desconocida que afectaba a la audición, el niño probablemente jamás hablaría.

Los Tracy se negaron a aceptar el consejo de los médicos. Gracias a la perseverancia de los padres el niño dijo su primera palabra con 4 años, dijo “habla”, esa fue su primera articulación sonora paradójicamente. A partir de entonces aprendió a leer los labios y a comunicarse. Incluso, a pesar de un ataque de polio a los seis años que lo dejó con una pierna debilitada, Tracy comenzó a montar a caballo a los 9 y compitió en el Riviera Country Club así como diversas competiciones. También se especializó como jugador de polo y con los años también practicó de manera muy notable el tenis. Gracias a la carrera y el éxito de su padre, la familia despegó y echó raíces en 1936 en un rancho de tres hectáreas en Encino, donde vivieron 19 años. A los 14 años, John Tracy comenzó a escribir cuentos y relatos, también comenzó a dibujar. Esta pasión literaria le hizo editar de forma meticulosa un boletín periódico que realizó gracias a una imprenta que elaboró en su propia casa, entregado a sus familiares y amigos sus propias publicaciones.

Su fascinación y sagacidad por el cine y la literatura hizo que el propio Spencer cediera a su hijo una serie de guiones para que pudiera leerlos y darle su propia opinión, y así lo hizo trabajando como asistente y consejero dramático de su propio padre. Algo que siempre recordó y citó en no pocas entrevistas su hermana menor Susie. Aunque Tracy había sido educado en casa, también ayudaron varios tutores y gracias a su esfuerzo consiguió graduarse en Pasadena City College, su padre con orgullo habló en su graduación. Después de asistir a lo que hoy es el Instituto de Artes de California, Tracy trabajó durante varios años en el departamento de arte de los estudios de Walt Disney. Ya siendo un adulto supo que su sordera era debido al síndrome de Usher, una enfermedad genética que también fue responsable paulatina ceguera que ya fue casi plena a comienzos de 1990. En 1953, se casó con Nadine Carr, una vecina con la que desde niño montaba a caballo y daban largos paseos siempre rodeados de naturaleza y buenos momentos. Tuvieron un hijo, Joseph Spencer Tracy, pero a raíz del matrimonio las relaciones comenzaron a deteriorarse, se divorciaron poco después en 1957.

John Tracy siempre llevó una vida completamente plena y normal con sus altibajos, su día a día, su trabajo, sus amores, desamores, ocio, amistades? Sus momentos más duros fueron cuando murió su padre en 1967 y su madre en 1983. Tracy ya jubliado se retiró a Santa Mónica y dejó unas emotivas declaraciones al Daily News en 2003. Cuando se le preguntó si tenía un mensaje para los niños con deficiencias auditivas que asisten a la clínica que lleva su nombre, Tracy dijo: “Quiero que los niños sepan que pueden vivir una vida plena. Deporte, estudios, hobbies, inquietudes, noviazgo, matrimonio, tener una familia, conducir un coche. Todo eso y mucho más”. Además de su hermana, Susie, y su hijo, Joseph, John Tracy tuvo 3 nietos.

La fundación que lleva su nombre la inició la señora Tracy en 1942 con la ayuda de doce madres que se encontraban en su misma situación. Con mucha compasión, la señora Tracy estableció programas para educar y ofrecer apoyo emocional a los padres y a sus hijos sordos, sin costo alguno. La clínica ha preparado a miles de niños y niñas durante todos estos años superando todos los desafíos de la comunicación y motivando a los padres a construir una base sólida de comunicación con sus hijos durante la etapa crítica del desarrollo del lenguaje.

La clínica John Tracy provee, a través del mundo y sin costo, servicios para padres y sus hijos pequeños con problemas auditivos, ofreciéndoles esperanza, orientación y apoyo. La planta de la “Yucca” es el símbolo de la clínica John Tracy porque crece con gran belleza en condiciones muy difíciles, tal como lo hacen los padres y niños que acuden a la clínica. Los niños sordos eventualmente “florecen” como estas plantas. Son capaces de compartir sus talentos y capacidades con el resto del mundo a través de la comunicación y habilidad oral desarrollada durante sus primeros años.

John Tracy falleció por causas naturales el 15 de junio de 2007 a la edad de 82 años. Pero su espíritu sigue vivo luchando para ayudar a todos esos niños que intentan abrirse camino ante la adversidad para lograr una vida plena y feliz. Aquella carta que en su día redacté nunca obtuvo respuesta, espero que al menos aquella misiva le hiciera recapacitar o por lo menos reflexionar. Gracias por tus palabras Jesús Vidal y por darnos una lección de vida: inclusión, diversidad, visibilidad.El autor es crítico de cine en ‘Cadena Cope’