decía Bernardo Soares uno de los heterónimos de Fernando Pessoa en su obra de El libro del Desasosiego: “Considero a la vida como una posada en la que tengo que quedarme hasta que llegue la diligencia del abismo. Ahí estamos todos, llueva o haga calor, entretenidos con nuestros asuntos, mientras vemos pasar el tiempo a la espera de que un día aciago llegue ese cochero”. Y es justo ese desasosiego es el que nos invade a los que vivimos en este siglo XXI, sujetos a la tecnología y a la última actualidad, andamos con prisas de un sitio para otro, la hiperactividad y multitarea es otra característica de nuestra sociedad sin apenas tiempo para la reflexión y el debate, casi imposible bajo el bombardeo incesante e inmisericorde a que nos tienen sometidos con todo tipo de noticias falsas, bulos, rumores, que nos mediatizan y nos tienen pegados a las pantallas de nuestros celulares. Son tiempos complicados, que parecen marcar el final de un modo de pensar y vivir con otro totalmente distintos que apenas empezamos a vislumbrar gracias a la importancia creciente de la revolución tecnológica. Revolución que está ocurriendo a nuestro alrededor, que está cambiando radicalmente nuestro mundo. Es algo obvio en casi todos los ámbitos de nuestras vidas. Los móviles inteligentes ya modificaron nuestra manera de hacer política; la economía digital, la forma en la que hacemos las compras; la inteligencia artificial, el modo de entender nuestros gustos y encontrar, sin buscarla, nuestra próxima canción favorita. Pero de todas las revoluciones del siglo XXI la más importante apenas acaba de empezar: es la que afecta a algo tan esencial como nuestro trabajo. Ya tenemos coches que se conducen solos, tiendas sin dependientes y restaurantes donde cocinan robots (sí, en Tokio). Sabemos que millones de empleos que hoy existen desaparecerán en el futuro cercano y se crearán otros nuevos.

Consciente de esta realidad, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) creó la Comisión Mundial para el Futuro del Trabajo. En un informe publicado el pasado día 22 de enero de 2019, señala que la tecnología está para servir al género humano, incidiendo en que hay que invertir en las personas en su formación laboral de forma continua para conseguir una adaptación a la sociedad que nos viene, en continuo cambio; aprovechando la tecnología para crear nuevos empleos y hacer más dignos y productivos a los existentes y recomienda que hay que fortalecer los derechos al salario decente, a una pensión digna, a la protección por desempleo y a la conciliación trabajo-familia, que en un contexto de cambio constante deben ser independientes del tipo de trabajo que realicemos;. Para ello tenemos que invertir en la gente, como centro de un ecosistema empresarial y educativo que tenga una cultura de innovación y una visión de largo plazo, algo impensable para la clase política actual.

Aparte de la revolución tecnológica, nuestro modo de vida se encuentra seriamente amenazado por otros factores como el cambio climático y las migraciones que eso ya está conllevando y que serán más intensas en un futuro próximo; las consecuencias de una crisis económica aún no superada y que ha supuesto un empobrecimiento de una gran parte de la clase media con la polarización social que eso lleva consigo; el envejecimiento de la población y el proceso imparable de la globalización. Es por todo ello que una gran parte de la ciudadanía europea se siente al borde de ese abismo, de Fernando Pessoa; de “de que la tierra falla bajo sus pies; sienten que el presente será peor que el pasado y de que el futuro será todavía mucho peor”. El sistema liberal que rige nuestras democracias parece que ha quebrado; hoy tener un empleo no garantiza una vida digna y mucho menos garantiza una jubilación y los políticos no ven más allá de las próximas citas electorales, están más preocupados de su propia promoción que de las necesidades reales de la gente. Hay que refundar de nuevo muestra sociedad y anclarla en otros nuevos pilares.

Dicen los expertos que hay que humanizar la economía; el discurso político está dominado desde hace años por el economicismo con un peso casi exclusivo en la competitividad, la productividad y la rentabilidad. No es de recibo que los salarios hayan subido hasta septiembre del año pasado un 1,5% mientras el beneficio empresarial ha aumentado casi un 60% en el mismo periodo de tiempo. No puede ser que lo seis grandes bancos de este país hayan ganado, también durante el año pasado 2018, un 23% más que el año anterior, unos 18.000 mil millones de euros; un sector de los que más empleo ha destruido y que no sea más solidario, vía fiscal, con el resto de la sociedad, que asumió el coste de aportar más de 60.000 mil millones de euros para reflotarlos tras la crisis.

Así, dentro de este contexto de desorientación y crisis generalizada se entiende el fenómeno del Donald Trump, arquitecto de una realidad mendaz e inventada, que burló a sus electores con respuestas mágicas para problemas complejos ó la aparición del partido Vox, la protesta de los chalecos amarillos en Francia o la huida hacia adelante del brexit en Reino Unido. Parodiando a Winston Churchill , en un homenaje a los pilotos de la RAF, pronunció una frase que hoy aun resuena: “Nunca tantos debieron tanto a tan pocos”. Ahora se podría dar la vuelta a esta afirmación y decir que nunca tan pocos hicieron tanto daño a tantos, si se consuma el brexit el próximo 29 de marzo de 2019.