dentro de un mes entraremos en esa estación de la vida, como la llamo, la primavera. Porque, si cada estación climatológica supone una serie de cambios en los elementos que componen los ecosistemas, la primavera puede ser calificada como el renacer y resurgir de la vida. Alimento y agua en abundancia, apareamientos, crianza, migraciones, floración? Una época sin igual para descubrir esos mágicos mecanismos que regulan el sorprendente equilibrio de los ecosistemas.

La primavera, en sus inicios, como todo lo que pretende alcanzar el esplendor, se comporta con precauciones, con sondeos. A ráfagas, en suma... Lanza tentaciones de ella misma para indagar cómo de receptivo se muestra el paisaje. También se repliega hasta casi desaparecer y le deja la totalidad del derredor al frío, a esos blancos absolutos de la nevada.

Las misivas, en realidad anticipos o prólogos, resultan esencialmente cromáticas. Será el color, mucho más que el olor o el calor, lo que abra rendijas para la novedad en las puertas del calendario. Ya han amanecido tonos en unas pocas flores, comenzando con los narcisos. A los que se s uman suspiros, necesariamente aéreos, en los primeros escalones del cielo. Ya estarán volando dentro de unos días unas pocas especies de mariposas. Pocas invenciones de la vida alcanzan la compleja belleza de estos insectos. En ellos concurren una de las manifestaciones más veces evocadas de la fragilidad, algo que en absoluto se corresponde con la realidad. Porque las mariposas son tenaces, austeras, recias y hasta poderosas. Baten sus alas varias veces por segundo, alcanzan los 35 kilómetros por hora, resisten heladas si consiguen esconderse, y desafían al viento y a los pájaros que suelen perseguirlas. Su suave cromatismo responde al papel de ilusionados reclamos que interpretan, a esa coquetería que la vida misma pone en marcha para lograr la atracción de los sexos. Una mariposa es un deseo a punto de cumplirse. Y si delicada nos parece su locomoción zozobrante, todavía más suave resulta su alimentación básica. Porque estos insectos, que durante su fase de orugas son capaces de devorar ingentes cantidades de verde, cambian por completo al llegar a la madurez. Entonces buscan, con la lengua en espiral, el néctar. Un nutriente altamente energético destinado a permitir los tremendos esfuerzos que asegurar la descendencia exige.

Lástima que las mariposas van en retroceso, al igual que las abejas y otros insectos beneficiosos. El Reino Unido ha sufrido el peor descenso registrado de insectos, aunque es probable que se deba a que allí se les estudia con más intensidad que en otros sitios. Concretamente, desde mediados de los años setenta se vienen recogiendo datos sobre el estado de las poblaciones de mariposas -constituyen unos bellos indicadores de la calidad ambiental de nuestro entorno-, primero en el Reino Unido y poco a poco en otros países europeos, entre ellos el Estado español, a través de las redes de seguimiento de mariposas en las que participan miles de aficionados y profesionales. Al analizar esta ingente cantidad de información ha podido constatarse que la mayoría de las especies están en declive por las amenazas que sufren, entre ellas, los pesticidas, y el cambio climático que ha alterado sus áreas de distribución.

En el caso de Navarra, y como un dato muy positivo, tenemos la inauguración en noviembre de 2018 de una microrreserva de mariposas en el municipio de Lapoblación (Merindad de Estella), que se extiende a lo largo de 53 hectáreas -unos 530 mil metros cuadrados de extensión- y que representa la mayor superficie dedicada en el Estado español a la protección de estos insectos. Se habilitaron 4 kilómetros para poder realizar un itinerario agradable en el que es posible avistar más de 73 especies de mariposas diurnas. Esto supone el 40% de las existentes en Navarra y casi el 30% de las que habitan en la Península Ibérica. El ayuntamiento de la localidad y Zerynthia, que es una asociación de ámbito estatal sin ánimo de lucro que se encarga del estudio, divulgación y conservación de las mariposas y los lugares donde habitan, son los artífices de esta maravillosa iniciativa. Pero también los comienzos de la primavera son el tiempo de las flores rosáceas y malvas de lavandas, brezos rubios y romeros. Las ofertas de la primavera son muchas, pero una de ellas, hermosísima, son ciertas coloraciones. Durante buena parte del mes de marzo, las laderas de las montañas de la Península Ibérica se teñirán de rosáceos, malvas y azulencos. Los responsables son principalmente tres especies de la comunidad arbustiva: los brezos rubios, lavandas o cantuesos, y, en parte, los romeros.

Pero la primavera en sus inicios da muchas más cosas. Es tiempo también de canciones porque ni un solo pájaro deja de emitir músicas, las que compusieron el preludio de la primera sonata de la historia. La transparencia de un día que ya ha conquistado toda su estatura anual, permite que en nuestros ojos se multiplique la serena jugosidad del prado y del bosque. Y en todas las esquinas eclosionarán nuevas proles.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente