En artículos anteriores hemos sugerido algunas consideraciones sobre el poder en relación con el sexo y las conductas sexuales. El poder, bien sea religioso o político, ha instrumentalizado el sexo y lo ha utilizado con fines ideológicos. Todos los partidos políticos lo hacen en mayor o menor medida, por lo que es inevitable una visión crítica contra algunos estamentos de poder. Han cambiado los usos y la intensidad del control, pero sigue existiendo ese particular interés por los asuntos sexuales. Todas las sociedades han regulado las conductas sexuales y reproductivas, desde criterios represivos y apoyándose en las religiones, hasta una mayor liberalización en tiempos recientes.

Vivimos en una sociedad con muchas desigualdades, y eso facilita arbitrariedades sexuales por parte de los/as poderosos/as. La historia se escribe en parte por esa lucha permanente entre los/as que detentan el poder económico y social y, de frente, los/as que quieren acceder a él para cambiar esas injusticias y defender los derechos sexuales y las libertades de todas las personas. Las elecciones que se avecinan son, más que nunca, una muestra perfecta entre el avance y el progreso o la vuelta a las cavernas, es decir una sociedad con valores profundamente machistas, tolerantes -cuando no promotores- de las desigualdades entre hombres y mujeres, permisiva con los abusos sexuales de toda índole y defensora de valores atávicos.

Las desigualdades sociales, más las que ocurren entre hombres y mujeres, determinan el uso del sexo como un arma de poder. Las agresiones sexuales y los abusos en este dominio son más frecuentes cuando hay relaciones de poder: el poderoso, la inmensa mayoría de las veces hombre, utiliza su dominio para satisfacer sus deseos sexuales sobre personas más vulnerables, mujeres y/o menores. Son todos ejemplos de poderosos/opresores, que se aprovechan de esa desigualdad para obtener privilegios y doblegar voluntades.

Hoy me gustaría plantear una de las desigualdades más olvidadas: la sexualidad de las personas con discapacidad, que sufren una doble discriminación en esta sociedad injusta y a veces cruel con ellas. Si hablamos de mujeres con discapacidad, elevamos un grado más la discriminación. Si añadimos una etnia distinta, otro nivel más. Si consideramos la orientación sexual, mucha mayor discriminación todavía.

En la primavera de 1980 tuvimos la fortuna de impartir un seminario de educación sexual en el colegio El Molino de Pamplona, que atiende a personas con discapacidad intelectual. Fue una de las primeras iniciativas que, en esta materia, se hacía en Navarra, a tenor de que eran tiempos difíciles para aventurarse en las procelosas aguas de la sexualidad en general, y de esas personas en particular. Por aquel entonces se oía con frecuencia que no tenían ningún tipo de necesidad sexual y que eran ángeles asexuados. ¿Para qué abrir la puerta entonces?

Bueno, pues el día 8 de abril, es decir 39 años después, volvimos a impartir una jornada sobre el mismo tema en ese mismo colegio. Una iniciativa hermosa y una experiencia emocionante con más de 100 personas participando activamente. En ella describimos los cambios que ha habido a lo largo de este periodo, porque durante todo este tiempo he tenido la fortuna de conocer numerosas entidades y asociaciones, tanto de España como de Iberoamérica, en calidad de formador de familias y profesionales que trabajan con personas con diversidad funcional.

Y de esta experiencia me gustaría compartir un par de reflexiones sobre una cuestión de extremada complejidad y abandonada por parte de los responsables políticos, probablemente porque es un grupo reducido de población y porque, hasta ahora, no han podido votar. ¿Qué podría destacarse?

Necesitamos saber más, por lo que hacen falta estudios e investigaciones sobre la sexualidad y afectividad en estas personas, ya que no se le ha prestado la suficiente atención. Sigue existiendo una falta de reconocimiento social de su sexualidad. Se ha negado, cuando no prohibido de forma expresa, sus necesidades afectivas y sexuales, cometiéndose una injusticia aún sin resolver.

Si bien ha habido cambios en la atención general a estas personas, lamentablemente, en los últimos 10 años, por la crisis económica y social, ha habido importantes retrocesos en este terreno. Los recortes siempre van para los más desfavorecidos. Tenemos la impresión de que, en este tema, y salvo excepciones, no solo no hemos avanzado, sino que hemos ido para atrás. Si estas personas tienen derecho a aspirar a las máximas cotas de integración social, ¿por qué no en lo que concierne a sus necesidades sexuales?

Se ha considerado a las personas con discapacidad como individuos en estado de permanente infantilismo, incapaces de tener intereses sexuales, conductas como la masturbación, tener novio/a o incluso algunos/as vivir en pareja.

Frente a esto existe una hipersexualización social, una utilización sexista del cuerpo de la mujer, promoviendo la prostitución y las películas porno. El hecho de ser consumidores de porno, y de prostitución en algunos casos, deja a los chicos con discapacidad en una situación de extremada vulnerabilidad, con efectos mucho más graves que en los que no tienen discapacidad.

En el área de los afectos y el sexo, la dependencia de los progenitores impone su ley. “Se hace lo que yo quiero y no lo que tú necesitas”. La sexualidad de las personas con diversidad funcional va a depender, básicamente, de lo que sus padres-madres quieran. El miedo a que les pase algo sexual -embarazo, abuso?- produce un gran desasosiego en muchas familias, creándoles una gran ansiedad y, muy a menudo, los lleva a controlar rigurosamente su vida y sus relaciones, restringiendo su libertad y autonomía.

Promovemos diferentes actuaciones para su integración laboral y social pero, a menudo, no les enseñamos de manera adecuada aspectos que tienen que ver con su sexualidad, su afectividad o sus relaciones interpersonales.

¿Cuál es el camino? Está casi todo por hacer. Seguramente, la formación de familias y profesionales pueda ser un excelente punto de partida, ya que las personas con discapacidad intelectual siguen presentando carencias informativas incomprensibles en el momento presente. Los riesgos son extraordinarios. La ignorancia no tiene ninguna ventaja. Solo la formación y el conocimiento nos puede sacar de este atolladero.

Es preciso reconocer que la persona con discapacidad intelectual es un ser sexuado con necesidades afectivas y sexuales y que, como cualquier otro ser humano, requiere una adecuada preparación en orden a una positiva integración de su sexualidad y afectividad a lo largo de toda su vida y en sus relaciones.

El autor es Dr. en Psicología, especialista en Sexología y autor del libro ‘Sexo, poder, religión y política’