En enero de 1991 gobernaba en Navarra el PSN-PSOE. Los políticos más conocidos de UPN y PP, con Juan Cruz Alli a la cabeza, fusionaron sus proyectos para confeccionar un programa de gobierno, fundieron sus siglas para acudir juntos a las urnas y desbancar del Gobierno a Urralburu. Lo lograron de forma brillante. No fueron buenos tiempos para los socialistas navarros.

La legislatura 91-95 fue muy difícil. En Madrid el PSOE de Felipe González seguía en Moncloa, pero le habían salpicado, y mucho, los turbios asuntos económicos de destacados cargos socialistas navarros. En 1993, en el Palacio de Navarra, se hicieron patentes las discrepancias políticas entre Juan Cruz Alli y Miguel Sanz. Nació CDN y, tras las urnas de aquel mayo de 1995, otras sumas fueron posibles.

El Gobierno de coalición que presidió Javier Otano, mal llamado tripartito, duró 10 meses y medio, porque, tras el caso Otano, sacado a la luz el 18 de junio de 1996, el PSOE, desde Ferraz, ordenó retirada y entrega del Gobierno a la UPN de Miguel Sanz. Muchos navarros nos llevamos una gran decepción, pero el cáliz más amargo se lo bebieron los convergentes, la CDN de Alli. Desde entonces el PSN ha ido dando tumbos. Nunca pidió perdón a la ciudadanía navarra por los múltiples desvaríos de programa, traidorías de alianzas, sucesión de fracasos que lleva acumulados en los últimos 23 años.

Pero estamos en 2019, y a pocas horas de la cita electoral más importante de los últimos 41 años. Está en juego la recentralización del Estado y, en consecuencia, la salud del autogobierno de Navarra. Vamos a elegir un Parlamento y unas corporaciones municipales sin saber aún qué papel real, qué libertad, qué responsabilidad política van a tener en la toma de decisiones. Votamos en incertidumbre aunque cada ciudadano, con o sin derecho a voto, tiene claras sus certezas. Sigo echando en falta el derecho a voto desde los 16 años. Si los mayores de 90 años lo conservan por su vida pasada y presente, los jóvenes deberían tenerlo por su vida presente y futura.

Hemos asistido a dos campañas electorales en las que se ha hablado más del postvoto que del programa que cada partido pretende llevar adelante si tiene poder de gobierno. Es una situación forzada por las circunstancias. Se nos castiga con que ya no hay mayorías absolutas, que se ha acabado el bipartidismo, que habrá que buscar alianzas para gobernar. Algunos han elegido sumar antes de pasar por las urnas. A otros, aún intentándolo, les ha resultado imposible. Otros, entre los que me encuentro, creemos que las alianzas son para después de la noche electoral, no antes.

Puestos a hablar de sumas, abogo por una forma de gobierno para todos, que no lesione nuestro autogobierno, que no cercene nuestras libertades, que exija nuestras responsabilidades, que mire solidariamente a todas las demás CCAA españolas, que sea miembro destacado de Europa, que no se olvide de la justicia social con el resto del planeta, que ayude desde lo local a mejorar lo global. Principios todos ellos de cohesión social y sentido común.

A mi me gustarían sumas de 50 escaños para decidir asuntos tan trascendentes como la cooficialidad del euskera en toda Navarra, la planificación educativa con el sistema público como eje vertebrador, la política fiscal, el avance de proyectos de envergadura como TAV y Canal de Navarra? Reconozco que parece utópico, pero es ahí donde hay que trabajar. Resolver lo fácil no tiene mérito. Abordar lo difícil sucede a diario. Buscar soluciones para lo imposible es el reto de toda democracia que se defina madura. ¿Acaso los navarros no disponemos de talento y economía necesarias y suficientes para mejores empresas que la sempiterna bronca y el frentismo que beneficia siempre a los mismos?

Desde que me inscribí en Podemos-Ahal Dugu, en el verano de 2015, veo mimbres para construir el cesto que propongo. Por eso me identifico con la fuerza de lo común; nuestro lema para el 26 de mayo.

Profesor jubilado