es bien sabida mi opinión crítica con la política actual, especialmente con los dirigentes que nos ha tocado sufrir. Pero lo es aún más si nos referimos al ámbito de la izquierda en la que me encuadro. Me da igual PSOE que Podemos, ERC o Bildu; Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Rufián u Otegi.

Todos ellos, casualmente o no masculinos, transitan por una peligrosa indefinición que resultaría incluso cómica si no nos jugáramos tanto como país y como clase.

El lamentable espectáculo que están dando en lo referente a la investidura de Pedro Sánchez es ya de récord. No se puede, no se debe entender que teniendo los números asegurados para poder ser presidente del Gobierno, se empeñen todos en marear la perdiz transitando peligrosamente por el borde del abismo.

Ya tenemos la fecha mágica, el 22 de julio, pero también la siniestra del 10 de noviembre a la que conducirá la primera si no están a la altura de las circunstancias.

Desde que esta nueva camada de chavales llegó a lo más alto de la representación política, las normas clásicas han saltado hechas añicos. Ya no existe coherencia, ni seriedad, ni respeto a la palabra dada y la sociedad observa entre aturdida e indignada al lamentable espectáculo que están dando.

El cálculo tacticista ha sustituido al estratégico, a lo que antes se conocía como posición de Estado. Entre otras cosas porque nuestros dirigentes tienen de estadistas lo que algunos de cura, nada.

Así Sánchez mira las encuestas que el gurú Iván Redondo le pone sobre su mesa, salivando por el posible crecimiento que éstas le dan al PSOE, mientras que Iglesias se paraliza ante justo la posibilidad contraria.

Como un mal jugador de mus ha echado órdago a juego con 33 y además su cara desencajada le desenmascara. Has tirado el farol en el momento erróneo Pablito.

Pero como el cuento de la lechera se puede dar la circunstancia, de que en unas nuevas elecciones efectivamente como asegura Redondo el PSOE suba y Podemos baje, pero la suma vuelva a ser la misma. Para ese viaje no necesitamos alforjas chavales.

Ese 10 de noviembre se pueden encontrar con una sociedad cabreada por la tomadura de pelo, que haga palideces ese fantástico 76% de participación del pasado 18-A. Especialmente el electorado de izquierdas mucho más sensible ante este tipo de cuestiones, ya sin el temor del “que viene Vox” de aquella cita electoral.

Así, el ciudadano Sánchez, y con él toda la izquierda, podría llevarse la sorpresa de que esta vez las tres derechas sumen y como consecuencia le llevaremos a gorrazos hasta el mar, pero todos calvos.

Por todo lo expuesto, la respuesta a la pregunta inicial es sí. Sí que son tan insensatos, Pedro y Pablo, Pablo y Pedro, de llevarnos al fondo del abismo para unos cuantos años. Ese es el temor de quien escribe esta reflexión.

Pero por si me leyeran quisiera lanzarles un angustioso llamamiento. Poneos de acuerdo, sentaos a negociar hasta que apunten los primeros rayos del día, dejad “pelos en la gatera”, buscad puntos de encuentro con generosidad y altura de miras, pero no nos llevéis a un callejón sin salida de unas nuevas elecciones.

Las gentes que os hemos votado no nos merecemos este espectáculo, ni el riesgo suicida de esa nueva cita electoral, porque a veces a estas las suele cargar el diablo y sería terrible que dando los números tirarais por la borda el activo que os hemos concedido.

El autor es exparlamentario y concejal del PSN-PSOE