el órgano internacional encargado de evaluar el estado de los conocimientos científicos relativos al cambio climático, sus impactos y sus futuros riesgos potenciales, así como las posibles opciones de respuesta (IPCC por sus siglas en inglés), ha presentado hace unos días un informe especial El cambio climático y la tierra. El informe ha sido elaborado por 103 científicos de 52 países, y evalúa el papel de cómo los cambios en la gestión de la tierra puede jugar un papel en la lucha y la adaptación al cambio climático, a la par que combaten la desertificación, la degradación, y se asegura la producción de alimentos para la población mundial. En otras palabras, cómo los ecosistemas terrestres pueden contribuir a mitigar el cambio climático, cómo de vulnerables son ya los cambios observados y que se podrían producir, y qué podemos hacer cuando los gestionamos o intervenimos en ellos para abordar el cambio climático y evitar efectos ambientales adversos.

El uso de la tierra para fines agrícolas, silvícolas y de otra índole supone el 23% de las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero en estos momentos. Los autores recuerdan que la adecuada gestión de la tierra, cuya explotación se ha visto acelerada en las últimas décadas -actualmente el 70% de la superficie de las tierras están sometidas a la influencia humana-, es clave para frenar la pérdida de biodiversidad, evitar su degradación, la inseguridad alimentaria, y detener la desertificación.

Por otro lado, es importante considerar si nuestro uso de los recursos de los que nos provee la tierra es el más adecuado. En el informe se constata que aproximadamente una tercera parte de los alimentos producidos se echa a perder o se desperdicia. Concretamente, los hogares en el Estado español tiraron a la basura 1.339 millones de kilos/litros de comida y bebida en 2018, un 8,9% más que el año anterior.

Las causas que llevan a esa pérdida o desperdicio presentan diferencias sustanciales entre países desarrollados y en desarrollo, así como también entre regiones. La reducción de la pérdida y desperdicio de alimentos supondría una disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero y ayudaría a mejorar la seguridad alimentaria a la par que reducir los impactos medioambientales de las actividades humanas. Introduce así un enfoque en el que, cambiando nuestros hábitos alimenticios, y la demanda que estos generan, como individuos y colectivamente podemos también contribuir a la lucha contra el cambio climático, no sólo priorizando el consumo de productos con huellas de carbono más bajas y producidos más sosteniblemente y por ende en muchas ocasiones más saludables, sino evitando su desperdicio.

El nuevo informe del IPCC viene a reivindicar el papel de los consumidores y la opción que tienen de elegir una dieta sana para el clima. Si el consumidor opta por una dieta eficiente a nivel climático, tiene en sus manos una decisión clave para modificar la compra. Podemos, por tanto, contribuir, cada uno de nosotros y nosotras a esos cambios.

Resumiendo, el último informe de los científicos de la ONU apunta directamente a los estómagos. Comer como se come en los países desarrollados, y cada vez más en los que se van desarrollando, calienta el planeta. Y se recomienda que es hora de que cada uno o una adopte unos hábitos de consumo más frugales, racionales y sostenibles.

De todas formas, y en mi opinión, se pueden hacer algunas objeciones a este informe. Así, convendría decir, que hubiera sido importante que se resaltara la necesidad de consumir preferentemente productos locales, para evitar el transporte de alimentos a larga distancia, lo que lleva aparejado fuertes emisiones de gases de efecto invernadero, tal como lo han planteado diversos expertos en seguridad alimentaria, y organizaciones sociales en el Estado español que han pedido a las administraciones competentes que apoyen la ganadería extensiva y los productos cercanos y locales. Es que de nada nos sirve reducir el consumo de carne si seguimos comprando alimentos importados de zonas lejanas.

También es importante recordar que, si bien una mejor gestión de la tierra puede contribuir, y debe considerarse, para hacer frente al cambio climático, no es la única solución. Por ello no debemos olvidar que, si se quiere mantener el calentamiento global muy por debajo de 2°C, o incluso en 1,5°C, es fundamental que la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero se produzcan en todos los sectores, y algunos de estos emiten más gases de efecto invernadero que el uso de la tierra para fines agrícolas.