en general, pocos piensan que la información sea materia bruta. Parece materia bastante matizada, puesto que incluye noticias, poesías, sentencias, tesis e invenciones de todas clases. Con esa capacidad para adquirir formas distintas, sus variantes finales resultan inclasificables. Sin embargo, cuando manejamos la información a gran escala ya no nos preocupa tanto de qué tipo es, importa más saber si lo que transmite es verdadero o falso. Y para descubrirlo lo esencial es saber por qué canal ha venido. Con información se nos bombardea a diario y no siempre con la intención de hacernos conocedores de algo, sino con la de desarrollar nuestras emociones así como nuestra opinión a fin de orientar ambas hacia algún polo interesado.

La información es muy maleable, pero los canales no son tan diversos. Para verlo mejor podemos imaginar el mundo como un enorme tablero sobre el que actúan un montón de fuerzas, pero de las que solo suele haber dos con vocación hegemónica. Juegan estas su particular ajedrez canalizando la información que les va llegando. Como los canales no son demasiados, podríamos asimilarlos a las piezas de este juego. No pretendo llevar la metáfora hasta el jaque mate final, solo quiero hablar de los movimientos de las piezas, o sea de las vías por las que la información nos llega. Como receptores no somos sino parte pasiva del tablero, pero lo cierto es que gracias a nosotros las piezas se tienen en pie. Sin embargo, en la dinámica de juego somos considerados por los dos jugadores que se enfrentan un factor prácticamente insignificante.

En principio, a cada canal le asignaríamos un tipo de pieza. Podemos asociar, por ejemplo, la torre con los informes de universidades y centros de estudios, movimientos toscos y previsibles para una información gris, tan carente de brillo como su propio modo de moverse por el tablero. Solo cuando estamos en los movimientos finales, despejado el tablero de otras informaciones, su acción puede ser contundente e incluso definitiva. Bien distinto es el caso del caballo, que recuerda al papel de los órganos de información reservada, de las agencias de inteligencia. Estos suelen permanecer ocultos tras otras piezas, hasta que se mueven de forma inesperada y letal dando lugar a cambios drásticos. Una vez al descubierto aportan poco, por lo que acaban siendo sacrificados. De las restantes piezas hay una que intriga especialmente por su versatilidad, el alfil. Tiene sus limitaciones, porque proyecta su amenaza solo sobre las casillas blancas o las negras. En esto de regirse por un código estricto, se parece a las redes sociales. Sin salirse, según sea el caso, de la verdad o la falsedad, mueve la información, amenaza con desvelarla y hasta puede fulminar a otros medios dejando correr una noticia. Hablar del rey es hablar del rey, del capitoste mayor; hablar de la reina es hablar del ejecutivo gobernante; y hablar de los peones es hablar de los anónimos héroes de la información, de esos pequeños medios de comunicación que se mueven sin recursos, pero que todavía saben distinguir entre lo blanco y lo negro.

A algunos les sublevará que se califique de elegante el movimiento siempre sesgado del alfil, y aún más que lo empariente con las redes sociales. Hablamos, hay que recordarlo, de un tipo de canal donde la información sigue un curso tan sigiloso y de tan largo recorrido que parece avalar la información que mueve, por la diagonal blanca haciendo honor a la verdad y por la negra para denigrarla. De hecho, se va viendo que seguir al alfil por esta última línea es lo más idóneo a la hora de manipular, tergiversar o actuar con vistas a alterar la información.

Detrás de este juego de ajedrez siempre hay maniobras y planes, en definitiva jugadas. En este sentido lo más intrigante suele ser la tarea casi clandestina del caballo y lo más previsible el hieratismo del rey. Nadie en el tablero parece mirar al alfil. Miremos, pues, nosotros a una red, a Facebook, de la que se dice que ofrece reglas y garantías tan claras como las del propio ajedrez, aunque haya pruebas suficientes de que no es así. Pongamos por caso el de esos gabinetes y empresas de comunicación que aprovechan esta plataforma para llevar a cabo sus estrategias intoxicadoras sin otro fin que desfigurar una realidad que es desfavorable para su cliente. En el punto de mira ponía recientemente un periódico londinense a una de estas empresas de comunicación corporativa. Haciendo uso intensivo de las redes sociales, su misión no era otra que diluir, a petición del cliente, la indecente pinta de sus negocios, normalmente relacionados con armas, tabaco y tratas diversas, así como apañar plebiscitos y avalar con campañas publicitarias a gobiernos autoritarios o corruptos.

Describiré su plan, porque me parece ilustrativo y porque los aprendices de brujo, los alfiles que recorren diagonales negras, amenazan por todas partes. La maquinación la resumía The Guardian en seis etapas. La primera consiste en explorar mediante encuestas el mercado de interés para el cliente. En la segunda, se crea una web y una página Facebook sin patrocinador aparente, con información sobre un tema relevante. Para ganar crédito, en una tercera etapa, se van presentando en la página diversos enlaces a artículos de otros medios reconocidos. En la cuarta, lo que se trata es de mejorar el reconocimiento de la página web comprando anuncios en Facebook. Llega en la quinta el momento de analizar ante qué cuestiones reaccionan los lectores para después, con los medios de orientación de Facebook, intentar ganar lectores. Por último, en la etapa definitiva, se sube todo el material digital creado expresamente por la empresa a petición de su cliente para darle la vuelta a la verdad. El objetivo más que evidente es llevar un mensaje bien maquillado a la audiencia previamente reclutada, haciendo creer que llega como fruto de la actividad espontánea de los lectores en una página no corporativa sino independiente.

Como bien se ve, no hace falta ir a las webs patrocinadas por Steve Bannon o descender a Internet profundo para alternar con manipuladores. A plena luz nos engañan con planes cuidadosamente diseñados, vendiéndonos mercancía, en este caso información, del todo falsa. El encanto de ciertas páginas de las redes, obra del buen oficio como diseñadores de quienes saben vender, siempre me recuerda al elegante movimiento del alfil. Es importante cuidarse de él para que su información trucada no liquide directamente nuestro buen juicio. Conviene recordar que la función de esos alfiles, cuando juegan por la diagonal negra, no es otra que hacernos irreconocible la realidad e impedirnos contrastar la verdad de los hechos.