Pablo Iglesias rebajó sus exigencias y, además de renunciar a su inclusión personal en el Gobierno, finalmente aceptó la propuesta de Pedro Sánchez formulada un mes antes. Así, parecía lógico que se procediese a la formación de un gobierno progresista de coalición, aunque a los dos meses de la primera sesión de investidura. Tal vez Unidas Podemos debería haber votado a favor del candidato socialista en julio, pero lo importante era evitar nuevas elecciones y esperar un mes más tampoco revestía de extrema gravedad porque la legislatura hubiese arrancado con cuatro años por delante de gobierno progresista. Sin embargo, inexplicablemente, Pedro Sánchez se desdijo de su propuesta y anunció que ya no estaba vigente, y decidió convocar nuevas elecciones. La decepción consiguiente es mayúscula, puesto que ese movimiento táctico representa un fracaso de la izquierda muy difícil de asumir. En el PSOE se las prometen muy felices por el buen trato que reciben de unas encuestas que buscan manipular al votante y que olvidan que Pedro Sánchez ganó las primarias y se hizo con el poder en el Partido Socialista gracias a una postura contraria a su ala menos progresista. No obstante, en la derecha se sienten muy ufanos porque se dan cuenta de que Pablo Casado podría ser pronto el nuevo presidente del Gobierno en el Estado español. ¡Quién lo hubiera dicho hace tan solo unos pocos meses cuando a su incontinencia verbal únicamente la superaba su bisoñez política!

Con este renuncio, Pedro Sánchez ha dejado de ser aquel político coherente que abandonó su escaño de diputado para mantener sus principios políticos y vemos que, movido por la ambición personalista, ha cedido a las presiones que provienen de los dinosaurios de su partido y de las grandes corporaciones empresariales. La militancia del PSOE ha vuelto a ser traicionada a nivel estatal cuando nuevamente está buscando aliados en la derecha y granjearse las simpatías de la banca. La estrategia de Pedro Sánchez busca que en las elecciones del 10-N Unidas Podemos se convierta en una fuerza política insignificante y el PSOE en el único partido progresista capaz de llegar al Gobierno. Ahora bien, previendo que no obtendrá mayoría absoluta, parece lógico pensar que buscará un acuerdo con Cs y, dependiendo de sus resultados, podría estar en juego el Gobierno de Navarra, traicionando así a María Chivite y a toda la militancia del PSN (y a toda Navarra), o una nueva aplicación del art. 155 en Catalunya, carente de diálogo institucional con la Generalitat como en la anterior. O tal vez, la desleal irrupción de Más País resuelva esta situación desde el punto de vista aritmético-parlamentario, junto a los votos de partidos como el PNV. No obstante, también parece posible que los y las simpatizantes del PSOE, decepcionados de nuevo con el rumbo incierto que toma la ejecutiva de su partido, se decanten por la abstención y que los partidos a su izquierda obtengan un resultado mucho más sólido del augurado por los cantos de sirena de unas encuestas condicionadas por los intereses espurios de la caverna mediática. En este contexto, es de justicia solicitar al votante de izquierdas que valore el hecho de que podíamos haber tenido ya un gobierno progresista cuando Pablo Iglesias aceptó por fin la propuesta de Pedro Sánchez y que su negativa a mantenerla abre la puerta a que gobierne el trifachito en el Estado español, con Vox ocupando varios ministerios, tal vez los mismos que se le han vetado a Unidas Podemos. Pedro Sánchez se ha equivocado gravemente al haberse negado a la formación de un Gobierno progresista de coalición y al haber convocado nuevas elecciones. Y cabe la posibilidad de que sus cálculos electorales resulten un fiasco y que la izquierda vuelva a la oposición. ¿De qué habrá servido entonces la moción de censura de la primavera de 2018? De casi nada.

El autor es escritor