Abeto navideño: símbolo arbóreo referido al nacimiento del Sol y la fertilidad entre los arcaicos pueblos del norte de Europa. Siglos después, la evangelización se apropió de su significado para entronizar el advenimiento de Jesucristo. Hoy día, la idea consiste en abarrotar un pino con adornos, regalos y luces de colores, al igual que un escaparate en Black Friday.

Belén: fenómeno abonado a la polémica que ha ido degenerando hasta convertirse en una ocurrencia extravagante -casi siempre ingeniada por los más pequeños de la casa- con figuritas sobre un escenario inverosímil, como el caganer de Puigdemont, los Power Rangers en el pa-pel de pajes del séquito real, o los soldaditos de Playmobil custodiando el palacio de Herodes.

Cabalgata: comitiva multitudinaria y bullanguera que, desde el siglo XIX, desfila el día de Reyes ataviada entre la estética naif y el pastiche más hortera, a mayor gloria de los Magos de Oriente. Puede que sea el show más plastificado, artificial y mercantilizado de estas fiestas.

Dinero: también llamado parné, guita o Visa, es la materia prima que alimenta a esta gigantesca maquinaria del despilfarro llamada Navidad, y que todos echamos en falta a partir de enero.

Espumillón: uno de los clásicos elementos decorativos que invade viviendas y escaparates, y que, una vez pasadas las fiestas, es de las cosas más engorrosas de retirar.

Felicitación navideña: si hay algo que agradecer al cenagoso charco de las redes sociales es haber acabado con la tediosa práctica de enviar tarjetas navideñas por correo, con los típicos deseos que nadie desea y las tópicas frases que nadie se cree.

Garrapiñadas: empalagoso dulce compuesto de almendras y caramelo elaborado a base de azúcar, no apto para diabéticos ni para cualquier mortal con dos dedos de frente.

Herodes: villano por excelencia en esta longeva tradición. No sé cómo Netflix o HBO no han hecho todavía una serie hagiográfica sobre este peligroso infanticida y esbirro de Roma, con Tim Roth o Christoph Waltz en el papel del pérfido gobernador de Judea, por ejemplo.

Iluminación navideña: estallido luminotécnico de dudoso gusto e incierto significado litúrgico, comparable a la Feria de Sevilla, al barrio rojo de Ámsterdam o a Times Square en hora punta.

Jesús de Nazareth: héroe de este extravío disipado, aunque casi nadie lo sepa. Sorprende bastante que el protagonista sin paliativos de esta efeméride sea el personaje más ignorado.

Kilos de más: resultado inevitable de los excesos y francachelas que rodean a esta ceremonia pantagruélica, convertida poco a poco en una martingala pagana de la que todos tendemos a arrepentirnos el resto del año? hasta las próximas Navidades, claro.

Lotería de Navidad: preámbulo breve y desilusionante de todo lo demás. Tradición repleta de actos de fe, supersticiones, sortilegios e ideas delirantes en torno a la numerología. Se dice que la suerte está bien repartida y que casi siempre toca a los más necesitados. Lo que nos lleva a colegir que, si usted no es pobre de solemnidad, mejor no lo intente.

Mazapán: masa indigesta de origen mediterráneo elaborada con almendras, azúcar y huevo, y que se suele ofrecer al término de una copiosa comida o cena navideña, junto a un inenarrable surtido de dulces, cuando los comensales están ahítos de todo? menos de los cubatas.

Nacimiento: elemento primordial de la iconografía cristiana, compuesto por la figura del niño Jesús sobre un pesebre, arropado por María y José al calor de una vaca y una mula. Quizá sea la alegoría más lograda de la pobreza y la inocencia. Parece mentira que, siendo ese su mensaje, haya acabo todo en la extravagancia jaranera de la que hoy hacemos gala.

Olentzero: personaje popular de linaje euskaldun previo a la Cristianización, caracterizado por un orondo y desaliñado carbonero que baja del monte a la aldea para repartir bonanza y felicidad el día de Nochebuena. Y, ya de paso, encarnar el ocaso del tiempo viejo y el recibimiento de un nuevo período con toda suerte de parabienes, como manda la tradición indoeuropea.

Pastores de Belén: caterva de figuritas que, junto con otros humildes oficios como el herrero, la aguadora, las lavanderas o el carpintero, representan al sufrido proletariado que espera la llegada del Mesías con la promesa de redimirlos. Aún lo están esperando.

Querubines: impúberes alados que escoltan al arcángel Gabriel en su misión de anunciar la Buena Nueva, esto es, el nacimiento del Mesías. Hoy eso se haría por WhatsApp.

Reyes Magos: la tradición más extendida de los Magos de Oriente atribuye a Melchor, Gaspar y Baltasar la ventura de adorar al Niño en aquel gélido 6 de enero del primer año de nuestra era. Si bien la Epifanía ha ido transformándose en un desmedido aquelarre de compras, regalos y devoluciones, hasta dejar la tarjeta de crédito tiritando y el estrés desbocado.

Santa Claus: en pugna con los anteriores, Santa no es más que otro trampantojo cultural como Papá Noel, San Nicolás u Olentzero, movido por la pujante industria navideña teledirigida a los más vulnerables de nuestras sociedades, los niños..., con la aquiescencia de unos padres que acaban comportándose en estas fechas como los auténticos menores de edad.

Turrón: producto navideño por antonomasia, que debería estar prohibido por las asociaciones de odontólogos, estomatólogos y gremio de profesionales bucodentales, además de activar la alerta sanitaria a la OMS ante su probable consumo masivo.

Urgencias: uno de los lugares más solicitados para celebrar el cotillón de fin de año, sobre todo si el jolgorio se oficia con un exceso de alegría.

Villancicos: acervo de cánticos tradicionales que han ido desdibujando su esencia navideña hasta caer en un gatuperio tecno, rap, chillout, hardcore, reguetón? todo pasado por la túrmix.

White Christmas: vestigio sonoro de la era del vinilo que nos retrotrae a la voz de Bing Crosby, cuando aún creíamos en los Reyes Magos, en la dignidad de los políticos, la solvencia de los bancos, la estabilidad laboral y la jubilación a los 65. Luego supimos que todo era mentira.

Yemas de Santa Teresa: provecta receta de repostería que, al ser elaborada por las monjas del convento de Santa Teresa de Ávila desde la Reforma Carmelitana, los parroquianos creen que su ingesta produce efectos benéficos, incluso medicinales, hasta que te haces un análisis de sangre y tienen que administrarte insulina por vía intravenosa durante una buena temporada.

Zorionak eta urte berri on!: jaculatoria vascuence de carácter social que la peña gusta de pregonar durante estas regocijantes fiestas, y que aquí aprovecho para despedirme.