Llevamos cierto tiempo en que, tanto en el ámbito global como en un entorno más próximo, presenciamos cierto retroceso en la aplicación de derechos humanos básicos.

Se nos vende machaconamente que las personas migrantes irregulares -y por tanto pobres- son un riesgo para nuestra seguridad. La suya, en el trayecto hacia nosotros, en cambio, parece que importa poco.

A quienes vivimos en relativa comodidad, la seguridad de las personas migrantes irregulares en su huida de la miseria, de las guerras o de los desastres climáticos, nos da igual. Son miles las personas muertas en el Mediterráneo, pero aún menos nos importa su integridad física y psíquica en sus lugares de origen. Probablemente ya ni nos acordemos que hace unas pocas semanas ardió una fábrica en el barrio de Anaj Mandi en Nueva Delhi. Dormían entre diez y quince personas en habitaciones pensadas para dos, donde fabricaban productos de papel, mochilas, juguetes de plástico y ropa, todo ello por unos sueldazos de 2 euros al día. Las autoridades municipales tienen constancia de otras 2.800 empresas en situación similar, y se estima que el número real de estas empresas clandestinas supera las 10.000. Todo ello en una metrópolis de 46 -sí, cuarenta y seis- millones de personas.

Inicialmente ese incendio produjo al menos 43 víctimas mortales. Hemos dicho que era una fábrica. No es realmente así, era un edificio residencial ilegalmente convertido en fábrica, sin la menor medida de seguridad. Alguna de las víctimas mortales pudo hablar por teléfono con sus allegados poco antes de morir para transmitirles su desesperación. Y ningún medio de comunicación occidental se ha preocupado por informar de a qué empresas occidentales suministraba esa fábrica de cueros ilegal. Que nada enturbie nuestra despreocupación como consumidores -que confundimos con seguridad- ni aquella de la que gozan los beneficios de las empresas occidentales aludidas. Esto no es seguridad.

Desde hace algunos años aumentan los mensajes de que hemos de tener cuidado con determinadas opiniones que pueden llevar a poner en riesgo nuestra propia seguridad, y que por ello han de ser limitadas, cuando no abiertamente suprimidas y castigadas. Todo ello bajo la apariencia de preservación de los valores de la cultura occidental. Pero a nada que escarbes en la superficie, lo que realmente pone en riesgo nuestra seguridad no es la expresión de determinadas opiniones, sino los miedos al cambio y las reacciones que tal miedo puede ocasionar. Siempre en el ámbito global, se trata de un miedo de los que no quieren hablar de cambios porque variarían las reglas del juego que les favorecen.

Se nos vende también que hay un exceso de derechos y una falta de autoridad. A consecuencia de ello, en muchos regímenes se prohíben determinadas asociaciones y partidos políticos, vulnerando la libertad de asociación y reunión. Y en algunos casos más cercanos, se castigan actos pacíficos de desobediencia civil -con durísimas y desproporcionadas condenas como en el caso del procés- o se ofrece impunidad a torturadores y responsables de crímenes franquistas; o se toleran las cloacas del Estado. Se exhuma con honores la momia de un dictador, frente al olvido al que se condena a miles de desaparecidos. Sí, a algunas personas nos puede pillar lejos, pero igual no nos pilla tan lejos que determinadas asociaciones y/o partidos sean demonizados hasta el punto en que, sin decirlo expresamente o incluso expresándolo ante las cámaras, se prepara el terreno socialmente para estigmatizar o amenazar con su ilegalización a independentistas, feministas, colectivos LGTBI, comunistas,... Y si al presunto ilegalizador se lo reprochas, te espeta que el intolerante eres tú, que el que blanquea lo no blanqueable eres tú.

Ese argumento choca contra la memoria, si es que se tiene, claro. Es más, no quieren que la tengamos. En 1945, recién acabado uno de los periodos más oscuros del pasado siglo, el filósofo austriaco Karl Popper formuló su famosa paradoja sobre la tolerancia: aunque pueda ser paradójico, para mantener una sociedad tolerante, la sociedad tiene que ser intolerante con la intolerancia. No cabe la tolerancia con la intolerancia si queremos ser libres. Al discurso de odio se le debe hacer frente contundentemente con datos, hechos y argumentos. El discurso de odio se derrite ante la luz. No son las personas migrantes, ni quienes defienden modelos sociales alternativos, objetivamente los causantes de la inseguridad.

Y volviendo al inicio. No, la inseguridad para las mujeres no la provocan los inmigrantes. La inseguridad de las mujeres la provocan los hombres en genérico y el sistema que a lo largo de los siglos ha hecho que lo que hoy es el 52% de la población global se vea discriminada, sienta inseguridad y se haya rebelado por ello. Claro, algunos hombres, ni mucho menos todos, pero bastantes, ruidosos y que intentan organizarse, reaccionan contra el cambio con una banalización machista en redes sociales y ciertos medios respecto a la violencia contra las mujeres. Incluso se pone en duda una violación a una menor: claro, los violadores son unos chicos sanotes de los nuestros, no unos inmigrantes que vienen a quitarnos lo nuestro. De nuevo es la reacción, el antifeminismo, la antiigualdad, el pensamiento ultraconservador y el supremacismo lo que genera inseguridad, no los inmigrantes. Tal cual.

Que no nos vendan la moto. Una concepción democrática -que no progresista- de la seguridad no consiste en la ausencia de riesgo, sino en una situación en la que no se violan ni conculcan los derechos humanos de nadie y donde tampoco se pone en peligro la sostenibilidad del planeta. Por tanto, que no nos vendan la moto diciéndonos que se incrementa la seguridad violando los derechos humanos de otros. Y que mucho menos nos vendan la moto diciéndonos que para ganar en seguridad tenemos que ceder en libertad y en derechos humanos. Si la seguridad es la no conculcación de los derechos humanos, está claro que nos intentan vender un contrasentido, una moto que ni siquiera arranca porque ya viene gripada por defecto de diseño.

En representación de la Asociación Pro Derechos Humanos Argituz