el pasado viernes 21 de febrero, viernes de carnaval, una jovencilla de 14 años caía al suelo sobre las ocho de la tarde en el Casco Viejo de Pamplona, ante una furgoneta de la Policía Nacional, en el transcurso de una intervención del cuerpo de seguridad del Estado por unos incidentes en la calle Estafeta. Según informaciones de prensa, la menor presenta fisura de pelvis y ya lleva más de cinco días ingresada en el hospital. Testigos presenciales aseguran que la furgoneta policial circulaba a gran velocidad, en un espacio repleto de gente, golpeando a la menor y derribándola.

Posteriormente hemos sabido que un sindicato de la policía, que cuida las condiciones laborales de los trabajadores y trabajadoras del Cuerpo Nacional de Policía, valoraba como “impecable” esta actuación y felicitaba a los agentes que participaron, y por ello, añadía la nota, “solicitará a la jefatura que los agentes que intervinieron el viernes sean debidamente condecorados”.

Nos sorprende que el llevarse a comisaría a una menor de 14 años, herida, sea motivo, para este sindicato, de una condecoración.

Lo expuesto por el sindicato policial demostraba un supino desconocimiento de lo que significa el carnaval en nuestra tierra cuando afirmaba que “los radicales actuaron de la única forma que saben, cobardemente, armados con palos y ocultos bajo máscaras y capuchas, a la vez que amenazaban a los ciudadanos que encontraban a su paso”.

Haría bien el señor Arasti y los mandos, en instruir a los funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía que vienen a nuestra tierra, quizás atraídos por ese plus de peligrosidad que hemos sabido que supera los 600 € mensuales, sobre las costumbres de sus habitantes, y en concreto de cómo se celebra el carnaval. Habría que explicarles que taparse el rostro no es cuestión de cobardía como apunta el sindicato SUP, sino que los diferentes personajes del carnaval de esta tierra y de otras partes del Pirineo y de otros lugares del norte de la península corresponde a la vestimenta de los llamados txatxos que, con la cara tapada con telas y sacos, increpan con sus escobas y palos al público, al tiempo que emiten fuertes alaridos, momotxorros personajes de aspecto fiero que se dedican a atacar al público con sus sardes, mamuxarros con cencerros en su cintura y largas varas para fustigar al público, o el hartza (oso) que lucha por librarse de sus domadores y, cuando lo consigue, arremete contra todo aquel que se le pone delante. Habría que explicarles que no se trata de radicales, y que no hay nada que temer, excepto el recibir un desagradable varazo o empujón. De la misma manera que en verano, durante las fiestas de San Fermín, los kilikis y zaldikos pegan con sus vergas y persiguen a la chavalería. Habría que advertirles que es parte de la fiesta, no vaya a ser que se pongan a intervenir en la comparsa de gigantes.

Es cierto que en otras partes del mundo y de la península, y quizás esto les pueda llevar a confusión a los dirigentes de este sindicato policial, el carnaval se celebra de manera bien distinta, con carrozas ensalzando la belleza, o vestidos de época, o cantando chirigotas, o bailando, pero la forma en que se celebra aquí ha sido objeto de interés de antropólogos y estudiosos de las costumbres ancestrales, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos.

El señor Arasti y los mandos policiales deberían recordar a los agentes que tienen la obligación de servir a la ciudadanía, y que si uno de ellos está herido, o herida, y más si se trata de una menor de 14 años, deben auxiliar de la mejor manera, y movilizar los servicios sanitarios necesarios, en vez de esa nefasta actuación de introducirla de malas maneras en un furgón, de espacio angosto, rodeada de hombretones ataviados con botas, cascos, escudos y armas. Se mire por donde se mire, no son formas de auxiliar a una menor herida.

Creo que es un incidente suficientemente grave para que se investigue y se depuren responsabilidades si las hubiera.

En una sociedad democrática y madura no debe aparecer la menor sombra de duda sobre determinadas actuaciones de quienes tienen el cometido de protegernos y velar por nuestro bienestar y seguridad.

Pero quizás lo más preocupante de la nota que difundió este sindicato de Policía son las amenazas a partidos políticos y asociaciones de vecinos. Sus formas y lenguaje suenan demasiado a las soflamas de partidos radicales y extremistas que, parece, han calando dentro de algunos miembros policiales. Esperemos que los mandos y también los agentes de buen corazón puedan ir aislando a estos radicales que jalean y animan a cometer este tipo de actuaciones. Ojalá se articulen mecanismos internos que propicien unas fuerzas de seguridad democráticas y eficaces, al servicio de la sociedad navarra.

El autor es psicólogo clínico