n todo el mundo ha quedado demostrado que parar empresas supone salvar vidas. Aquí, sin embargo, ante la inacción del Gobierno de Navarra ha tenido que ser el Ejecutivo español el que ha decretado la paralización de las actividades no esenciales.

Se trata de una buena noticia, aunque es cierto que la medida llega tarde y es mejorable. Es una medida necesaria porque contribuye a que el virus no siga extendiéndose evitando la saturación en Osasunbidea (el personal médico, enfermería, personal subcontratado de limpieza o ambulancias se encuentran ya al límite). Además, permite centrar los recursos en sectores estratégicos para garantizar nuestras vidas; sanidad, sector de cuidados, limpieza, alimentación...Trabajos realizados mayoritariamente por mujeres, con un valor social pendiente todavía de reconocimiento, con unas condiciones laborales precarias, con brecha salarial e invisibilidad. Esas trabajadoras que se enfrentan a diario al riesgo del contagio nos están alertando de la gravedad y la urgencia de su situación. Muchas residencias están colapsadas y se atiende a los usuarios con bolsas de basura como protección. También lo sufren en sectores de alimentación con un aumento de cargas de trabajo, estrés y falta de seguridad.

Sin embargo, a pesar de tanta evidencia, el Gobierno de Navarra se ha mostrado contrario a la paralización de las actividades no esenciales, defendiendo lo mismo que la CEN. Incluso la presidenta, María Chivite, ha pedido flexibilidad a Pedro Sánchez para que Navarra decida las actividades esenciales. Su objetivo es que en Navarra paren el menor número de empresas posible, en contra del criterio sanitario y de lo que defiende la comunidad científica. Es una lástima que la presidenta no reclame esa misma flexibilidad a Madrid para, por ejemplo, destinar el superávit de Navarra a necesidades sociales o para aumentar el techo de gasto. Parece que el Gobierno de Navarra se reserva la reivindicación del autogobierno solo para cuando le interesa a la patronal.

Hay que subrayar que los mayores focos de infección estas últimas semanas han sido los centros de trabajo abiertos. La plantilla de Volkswagen exigió y logró la paralización de la actividad. ¿Cuántas personas se habrían contagiado en esta empresa de no haberse cerrado? Por eso resultan incomprensibles las declaraciones del vicepresidente de Desarrollo Económico, Manu Ayerdi, contrario al cierre de VW. Como recientemente defendía el ministro de Sanidad, “para que haya economía primero tiene que haber salud”.

Es evidente que esta crisis tendrá consecuencias, sería una ingenuidad negarlo. ELA, como no puede ser de otra manera, también comparte la preocupación por recuperar lo antes posible la actividad económica. Pero magnificar esa irreversibilidad económica es más que cuestionable, porque obvia que en el resto de países existen también medidas de confinamiento.

Sin embargo, esta pandemia nos va dejar muchas lecciones: por un lado, esta situación tan extrema hace más visible el conflicto entre la vida y el capital constatando la cada vez más necesaria transición productiva, social y ecológica. Y, por otro lado, están quedando en evidencia las consecuencias de las políticas neoliberales en los servicios públicos. Osasunbidea es un claro ejemplo donde ahora estamos pagando las consecuencias de privatizar servicios, de aumentar las concertaciones, de tener una temporalidad del 40%, o de tener un tercio menos de camas hospitalarias que en la OCDE. Lo que estamos viviendo nos debería llevar a cambiar de manera inmediata la política fiscal que nos deja a la cola de la Unión Europea.

Cuando acabe esta pandemia querrán aplicarnos el manual de la crisis anterior, aquel que rescató bancos y aumentó la desigualdad. Por eso será imprescindible tener muy presente las lecciones que nos está dejando esta situación para defender unos servicios públicos de calidad, y para poner la vida en el centro de nuestras prioridades.

El autor es coordinador de ELA en Navarra