s una primavera especial. A nadie se le escapa esta obviedad. La naturaleza, con su eterno retorno de estaciones, sigue ineluctable sus ciclos y la eclosión de la primavera vuelve a producirse un año más. Como Lázaro resucitado, se levanta de la tumba para volver a caminar entre nosotros. Pero esta vez nuestra relación con ella no es inmediata, sino mediata; entre ella y nosotros media un confinamiento al que las circunstancias obligan. El obispo anglicano y filósofo empirista George Berkeley decía que "ser es ser percibido" ("esse est percipi"). Nosotros bien podríamos decir hoy que ser es ser intuido.

La primavera se nos ha convertido, por mor de las circunstancias, en una gran sinécdoque (pars pro toto, la parte por el todo). Nos lo dice el geranio que, ajeno al sufrimiento humano, florece alegre en el balcón; nos lo dicen los pocos árboles que vemos gozosos revestirse del color de la esperanza; nos lo dice el viento ligero que se asoma a la ventana y exhala leves perfumes de la estación florida. Ellos, y pocos signos más, son fieles y humildes heraldos de la primavera. Benditos seáis vosotros, leales mensajeros, que nos dais esperanza pascual y vida en abundancia. Y todo ello en un contexto lleno de incertidumbres pandémicas que nos hacen anhelar un futuro más halagüeño.

Hubo un conocidísimo poeta nacido en Sevilla en 1875 que, sin pandemia vírica y en circunstancias bien distintas a las nuestras, vivió una situación personal similar a la nuestra. Se llamaba Antonio Machado Ruiz. Su juventud fue madrileña y, tras unas breves estancias en París, llegó a Soria como catedrático de francés para ejercer la docencia en su instituto. En Soria Machado se enamoró de una jovencísima muchacha llamada Leonor. Don Antonio era un hombre bueno, sencillo, reflexivo. Le gustaba pasear al atardecer ("Yo voy soñando caminos de la tarde..."), su espíritu entraba en emocionada comunión con la austeridad del paisaje ("Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas por donde cruza el Duero su curva de ballesta€"). Y una de aquellas primaveras sorianas marcaría de forma indeleble su vida y su destino.

Paseaba don Antonio Machado en la primavera de 1912 por las tierras sorianas, cuando observó un viejo olmo podrido que agonizaba carcomido y al que algo sorprendente le ocurría ("Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido€"). Caminaba ese día el poeta muy preocupado por la salud de Leonor, gravemente enferma de tuberculosis. Al entrar en contacto con esta experiencia de la ramita verdecida en medio de la podredumbre, le brotó una reflexión y un deseo: "Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera".

Nosotros, sin poder caminar de momento con la libertad que lo hacía don Antonio, también esperamos un milagro en esta primavera de 2020. Al poeta la vida no tuvo a bien concederle el milagro de la recuperación de Leonor. Dolorido por su muerte, el poeta se trasladó a Baeza. Desde allí su pensamiento volaba rápido hacia las tierras sorianas. Así lo testimonia un poema dedicado a su amigo el periodista José María Palacio ("Palacio, buen amigo, ¿está la primavera vistiendo ya las ramas de los chopos del río y los caminos? En la estepa del alto Duero, primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!)". Y desde ese recuerdo deseaba que su amigo le llevara unas flores a Leonor ("Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra"). Nosotros, a diferencia del poeta, albergamos fundadas razones para esperar otro milagro de la primavera. El progreso de la ciencia, el titánico esfuerzo de muchos hombres y mujeres por salvar vidas y la responsabilidad de la inmensa mayoría nos hacen creer con seguridad en la victoria sobre el mortífero virus y en el final de tanto sufrimiento.

En esta primavera lloraremos a los muertos por la pandemia; que las primeras flores, como quería Antonio Machado para Leonor, sean para ellos. Pero nunca olvidemos que el mejor homenaje que les podemos rendir será continuar ilusionados su trabajo por construir un mundo con más bondad, belleza y justicia.

El autor es profesor de Humanidades en Enseñanzas Medias