ongamos en valor una posible lección de estos tiempos de COVID-19: que debemos de humanizar la salud. Para ello, tenemos el deber de considerar a la persona en su globalidad. Cada persona es única, y toda persona tiene capacidades. Porque así entiendo la Atención Centrada en la Persona, de la que mucho se habla pero que, en la presente crisis sanitaria, ha sido dejada a un lado por imágenes y noticias que estremecen. Bill Thomas, gerontólogo y médico geriatra, mencionó a finales del siglo XX que las tres plagas que matan a las personas mayores en las residencias son la "soledad, el aburrimiento y la impotencia".

Las residencias de personas mayores, como aquella que tengo el honor de dirigir desde hace 11 años, no son hospitales: en las residencias debemos atender, cuidar y dar respuestas a las necesidades de las personas según sus preferencias e intereses. Y, sobre todo, teniendo en cuenta que detrás de cada persona hay una historia de vida y muchos proyectos de vida por alcanzar.

Muchas de las personas que atendemos en las residencias nacieron en tiempos de guerra; pasaron su juventud en tiempos de postguerra; se agrietaron las manos para abrir puertas; tuvieron que ser autodidactas€ Nos lo han dado todo, nos han criado, nos han enseñado y nos dejan un mundo mejor que el que se encontraron. Lamentablemente, muchas de esas personas han fallecido a causa de esta pandemia sin poder darles un abrazo o cogerles de la mano. Se merecen que reflexionemos sobre los cuidados y atenciones que debemos prestarles.

Sobre ello hemos reflexionado las 15 personas del equipo de la Residencia San Jerónimo que nos hemos confinado, durante 35 días, junto a nuestros mayores, todos ellos asintomaticos. Y quiero, ahora, compartir algunas de esas reflexiones.

Existen entidades sin ánimo de lucro, residencias municipales, religiosas o fundacionales; y existen residencias gestionadas por empresas que son un negocio y, como tal, necesitan un beneficio. Pero el servicio y atención a las personas mayores no debe ser diferente porque detrás haya un negocio. Las personas que viven en residencias gestionadas por empresas son personas iguales que las que viven en residencias sin ánimo de lucro. No se puede ni se debe generalizar porque una residencia (sea de empresa o sea de una entidad sin ánimo de lucro) haya cometido negligencias. No se puede ni se debe castigar tanto a un sector que atiende, cuida y protege a tantas personas desde el corazón, el cariño y el respeto. Y cuando conocemos que el COVID-19, que ha puesto en jaque a todo el mundo, ha entrado en uno u otro centro€ tampoco se puede mirar la forma jurídica o empresarial que tenga para lanzar un mensaje u otro. Sería radicalmente injusto.

Tras esta crisis habrá que estudiar lo acontecido y pensar en lo que debemos cambiar, pero me preocupa que por priorizar la seguridad por encima de todo se vuelva al modelo hospitalario. La voluntad de las personas mayores es poder vivir en las residencias como en sus casas. Si algo ha quedado claro es que en las residencias no estábamos preparados para lo que ha venido con esta pandemia. Se pueden decir las cosas que no se han hecho bien; pero, en estos momentos tan complicados, es tiempo de unir fuerzas y sacar adelante la situación todos juntos. No es momento de envidias, no es momento de críticas, no es momento de pelear. Son tiempos para sacar lo mejor de las personas, para ayudar a quien lo necesita, para copiar lo positivo, para transmitir sonrisas y valores. En estos momentos de dificultad es cuando las personas se retratan y sacan lo mejor que tienen dentro. Las personas que cuidan a personas deben ser personas empáticas, entusiastas, creativas, con kilos de paciencia sobre su espalda; deben ser responsables, porque las vidas de las personas no tienen precio. Y deben ser, sobre todo, humanas: porque cuando las cosas vienen mal dadas, hacen falta personas cercanas, que sean solidarias, que se desvivan para ayudar a las personas que son cuidadas a conseguir logros y poder alcanzar sus proyectos de vida.

Porque, como decía al comienzo, cada persona es única; y no debemos de fijarnos en las limitaciones, sino fomentar y mantener las capacidades. Si resaltamos lo positivo, lo que se mantiene aún con el paso del tiempo, lograremos una sociedad que se marque como objetivo valorar más a las personas mayores. Y que lo demuestre con hechos; y que cambie algo en nuestro sector. Si algo ha traído también la pandemia ha sido una profunda deshumanización, un mensaje transmitido por muchas personas de que el fallecimiento de las personas mayores era menos doloroso que el fallecimiento de personas de otras generaciones. Y no: he de decirles que durante estos días he podido ver en algunos ojos el miedo a morir y que toda persona tiene sentimientos y capacidades; y que yo, a mis 34 años, me identifico plenamente con las personas mayores. Porque sé que mi miedo es su miedo.

Termino ya. Quizá esa especial empatía sea fruto de esta experiencia reciente. Ha sido un auténtico regalo compartir, durante más de un mes, las 24 horas del día con más de 70 personas mayores, cada una con su historia de vida. Una experiencia que me ha enseñado a ser más solidario para ayudar a quien lo necesita; a ser más empático para entender comportamientos y reacciones; a ser más tolerante ante las adversidades y a valorar lo que tenemos porque, aunque nos parezca que todo es malo, siempre hay algo que un día puede ser peor. Pero, sobre todo, durante estos días de confinamiento en la Residencia San Jerónimo me ha dado tiempo a reflexionar que debemos de sonreír más.

Porque una sonrisa reconforta a quien la recibe y satisface al que la da.

El autor es director de la Residencia San Jerónimo (Estella)