a pandemia que estamos viviendo ha mostrado conductas sociales que ponen en evidencia las características diferenciadoras de nuestra sociedad con respecto a la del resto de países europeos. Me interesa, especialmente, por mi trayectoria y por dedicarme a la docencia universitaria, el ámbito de la educación.
Todos coincidimos en la importancia de la educación como un pilar básico para la formación de una ciudadanía solidaria, con espíritu crítico, capacidad de trabajo y competencia para entender el mundo que nos rodea. Reconocemos la necesidad de que la profesión docente adquiera prestigio social y sea respetada y valorada. Constatamos que el verdadero conocimiento es consecuencia de un trabajo sistemático y de un esfuerzo individual que nadie puede hacer por nosotros. Sentimos que lo que encontramos fácilmente en internet nos proporciona un conocimiento superficial pero no nos da las claves para llegar a comprender, por ejemplo, una obra artística.
Sin embargo, hay una actitud muy arraigada en esta sociedad que se encuentra en contradicción con el acuerdo unánime que suscitan, sin duda, todas las afirmaciones anteriores. Se trata de la opinión sobre la práctica de copiar en los exámenes.
Son múltiples las entradas de internet sobre esta práctica con reclamos tan llamativos como estos: "cómo copiar en un examen de 11 formas diferentes", "tu cuerpo, una chuleta", "nuevas tecnologías, nuevas formas de copiar", "los nuevos trucos tecnológicos para copiar en los exámenes", etcétera. Indudablemente el campo de desarrollo es amplio y el mercado se abre a la imaginación e incluso a las transacciones económicas. Hemos pasado de la chuleta en el bolígrafo al chip en el oído. Sin duda, las innovaciones tecnológicas introducirán variables que ni imaginamos.
Pero lo que me sigue asombrando es la opinión socialmente bastante extendida de esta práctica como digna de elogio, susceptible de comentarios divertidos y muestra de ingenio. Por el contrario, las personas que no copian en los exámenes son frecuentemente calificadas de "pringadas".
¿Por qué se exige honestidad a la clase política y, sin embargo, se aplauden estas prácticas como ingeniosas? ¿Qué estamos enseñando como sociedad a nuestros niños y niñas y a los jóvenes al trivializar esta práctica e integrarla como algo normal en las conversaciones de adultos? ¿No estamos contribuyendo de esta forma a desprestigiar la labor del profesorado?
Siempre he asociado esta práctica a la novela picaresca del Siglo de Oro. Son reminiscencias del comportamiento propio de una persona que lucha por la supervivencia en un mundo hostil trasladadas a un mundo individualista en el que se debe mostrar que "soy más listo que nadie" y además "no me han pillado".
Propongo este tema para la reflexión: el aprendizaje necesita tiempo, calma, dudas e incluso equivocaciones para volver a empezar. Transmitamos a nuestros jóvenes la riqueza de este aprendizaje frente al engaño de los resultados inmediatos.
La autora es profesora de la Universidad Pública de Navarra