o ha muerto bien. Ni siquiera podemos decir aquello de bien muerto está. No le han dado oportunidad para explicarse, para ser juzgado cívicamente con las garantías debidas por un sistema judicial digno de tal nombre. Lo han dejado en manos del juicio de sus víctimas y de quienes tengamos un mínimo sentido de la justicia, sin que nos pueda nadie exigir garantías procesales de defensa para el imputado, se las han negado ellos mismos al no aceptar el requerimiento de la juez Salvini para juzgarle. De haber sido encausado con garantías, quizá hubiera sido beneficiado de la atenuante de sevicia patológica, de enajenación mental persistente.

El Niño de sobrenombre, niño mal educado, adiestrado para dejarse llevar por sus caprichos de alto coeficiente de sadismo, altamente útil para quienes le dieron cuerda y lo encumbraron. Así que somos libres de juzgar y condenarlo como tal, esbirro fiel y entusiasta de sus capos, de los capos del genocidio y del aplastamiento de las libres ideas. ¿Bajo el peso de cuántas medallas ha sucumbido? Cuatro aparecen en su meritorio historial profesional, entre julio de 1972 y marzo de 1982 (sí, ya en democracia), dos de ellas con distintivo rojo que le dicen y sendos incrementos para su pensión del 10%, otras dos con distintivo plata e incrementos del 15% por cada. Además, numerosas felicitaciones públicas, hasta 29 sólo entre 1970 y 1977, la mayoría de ellas adobadas con premios en metálico. Ni siquiera han sido premios para hacerle callar, para que no revelase secretos que ni tenía. Sólo premios por su entrega a la causa del crimen masivo organizado e institucionalizado, entrega orgásmica en su caso. Su última medalla, donada por el último gobierno agónico de UCD, y mantenidas luego todas por los sucesivos gobiernos posteriores, tanto del PP como del PSOE. Dicen ahora que se las retirarán a título póstumo: ya tardan.

Leo por ahí repetidamente la frase de que se ha ido de rositas. Pues no, no se ha ido en olor de rositas, se ha ido en olor nauseabundo de ciénagas y cloacas, de pozos sépticos letales a cualquier toma de aliento. Y le han condecorado sus jefes, los que utilizaron para su beneficio y hambre de poder los dones para el placer morboso del sadismo de éste al que nos han autorizado a juzgar y condenar como elemento a extirpar de la vida social, sin más garantías que nuestro recuerdo, el de quienes olvidar podremos quizá pero nunca perdonar. No sé si tantas de sus víctimas, en un gesto de bonhomía, podrán perdonarle cada cual lo suyo, no así los sufrimientos de otras: quien perdió irremediablemente su ocasión de hacerlo fue el joven Enrique Ruano, suicidado, dijeron, en 1969 bajo la custodia de la escoria humana irreciclable que ha sido y será este Billy El Niño a la española. No le libraron de la justicia, lo abandonaron a ser juzgado y condenado sin garantía procesal alguna por el demos cívico, lo arrojaron al averno de nuestra memoria histórica.

No ha muerto bien, no podemos decir bien muerto está.