s difícil sustraerse al tema que monopoliza la conversación en las últimas semanas. Y no hablo del coronavirus, sino de las respuestas que los portavoces ministeriales dan a diferentes preguntas, filtradas, con selección de las mismas para evitar tensionar la información. Todos ellos, portavoces temporales y fugaces, en vos confío, tienen sus características que les diferencian. Unos individualizan los logros; otros se limitan a hacer declaración de intenciones y poco mas: lo estamos estudiando, es la respuesta mas arriesgada. Por último, el portavoz de sanidad, competente natural, ante preguntas sobre material de protección a sanitarios (y otros), finaliza la respuesta con la misma frase: en los próximos días, que ha ido mutando en el tiempo a: en las próximas semanas.

Entre ellos y los informativos-monopolios, casi monólogos, no descansamos. Todos deberían ser conscientes de que la información es un derecho pero que si ella no es aburrida ni aburridora, es veraz y de tiempo limitado, el derecho constitucional podría transmutarse y convertirse en derecho humano. El exceso de información (infoxicación) no aporta, es alarmista por definición. Nos sobran hechiceros, charlatanes y nigromantes, que suponen otra plaga a combatir.

La aparición y explosión de casos de infección por coronavirus hasta ser definida como pandemia ha conllevado cambios, esperemos que no definitivos, muy difíciles de imaginar unas semanas atrás. Ni los mas avezados expertos fueron capaces de adivinar la evolución de los casos y su extensión geográfica; mucho menos la mortalidad que conlleva. Y eso que algunos países (Italia) nos sirvieron de guía.

Los EPI (que es eso?); la escasez de mascarillas ha obligado a usarlas reiteradamente durante 3 semanas, paciente tras paciente sin ofrecer las mínimas garantías de seguridad; la inventiva de los sanitarios para aislarse mediante calzas de bolsas; caretas de plástico personalizadas (cada quien con cada cual); gafas que no aíslan, etcétera. Carne de cañón o héroes, hay para todos los gustos. La pasividad, armoniosa, con que los sanitarios han hecho frente a la crisis sin material de protección, ha conllevado una explosión de casos, bien infectados o bien enfermos, especialmente entre médicos de atención primaria; miles y miles de sanitarios contagiados, desamparados. Este sobreesfuerzo ha sido compensado con ese aplauso ensoñador en las horas de penumbra. Y todo ello en un ambiente estresante, incluso de miedo; a enfermar y a transmitir la enfermedad a los allegados, padres, hijos. No sé cuándo, pero la tensión la purgaremos; la cuestión es a qué precio. Han ido pasando los días y algunos recursos materiales han empezado a llegar; hemos cambiado de mascarilla: uf, qué alivio. Hemos pasado de ebanistas a carpinteros sin solución de continuidad, y sin cuarentena verbal para algunos próceres.

Mientras, los casos han aumentado a miles, los muertos a cientos y la escasez de UCI y respiradores parece que van solucionando. Cierto que era algo imprevisible (seguro?, los países que nos sacaban 3 semanas de adelanto, ya nos advertían de su peligrosidad), pero tengo la sensación que mientras la sociedad ha actuado de manera proactiva, la administración (estatal y autonómica) actúa de manera reactiva, incluso arreactiva.

Desconocíamos cómo actuar, surgieron los protocolos, avalancha de ellos. ¡Agotador!

En un primer momento, las mascarillas no eran (casi) necesarias, dado que solo transmitían la enfermedad los enfermos y no los contagiados. Ahora se sabe que también los enfermos asintomáticos transmiten la enfermedad, pero me surge una duda: ¿realmente hace 1 mes se desconocía esto o era la escasez de material de protección (la inocente mascarilla) lo que motivó a popularizar este hecho? Es llamativo que hubiera guantes y aconsejaran usarlos (además del lavado de manos) y no hubieran mascarillas y se afirmaba, con rotundidad, que no eran necesarias. Invita a reflexionar Otro detallazo. La gerencia de Atención Primaria, con fecha 28 de marzo, envía un documento con Recomendaciones Generales. Señala que una persona con contacto estrecho con un caso posible/confirmado, debe estar en aislamiento domiciliario durante 14 días, excepto los profesionales sanitarios que lo harán durante 7 días. Hay que tener desfachatez y caradura, vivir en el mundo de Yuppi. A todo lo anterior, hay que señalar la ausencia/escasez de métodos diagnósticos, de tests rápidos. Se trabaja sin saber si se está sano o infectado y ello es fundamental para garantizar ausencia de riesgos, tanto para profesionales como a pacientes. Detectar a los que están contagiados, y no lo saben, sigue siendo el gran desafío para frenar una epidemia. Pero eso lo dejamos para las próximas semanas.

Necesitamos un macroscopio, con datos fiables de la situación epidemiológica. La mejor manera de minimizar un problema es no cuantificarlo. Planificar con (pocos) datos es socarronería. Lo haremos en las próximas semanas. Debemos invertir más en ciencia, elemento básico y fundamental del progreso de un país. Y ello conlleva pagar dignamente a los investigadores, reafirmando y legitimando la formación frente a la ignorancia. La investigación, además de privada, debe contener un componente importante de lo público; los resultados a corto plazo no son siempre factibles y la rentabilidad se debe considerar no solo en lo económico. Si las pandemias son globales, las respuestas también deben ser globales. La catarsis es necesaria y urgente.

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El autor es médico del Servicio Navarro de Salud