n 2008 hubo una crisis durísima cuyas consecuencias todavía arrastran muchas personas. Comenzó por las hipotecas llamadas subprime hasta contagiar a todo el sistema financiero estadounidense y después al mundo entero causando un destrozo humanitario en los países subdesarrollados. Fue la mayor recesión económica desde la Gran Depresión de 1929. Pero no fue sólo una crisis económica, también lo fue ética, espiritual y humana contra el bien común.

Tal fue la sumisión a los mercados financieros que un pequeño grupo de prestigiosos economistas franceses sacaron en 2010 un manifiesto ético que titularon Manifiesto de economistas aterrados. Este breve texto con gran éxito editorial, al que se adhirieron otros tres mil economistas, denunció las justificaciones de las políticas neoliberales aplicadas a la crisis demostrando con datos la falsedad de que dicha crisis era el resultado inevitable de la inestabilidad especulativa propia de los mercados financieros. La realidad es que aquella fue causada por la falta de honestidad, la codicia de bastantes agentes financieros y la ausencia de control efectivo público de esta riqueza especulativa ficticia (financiera) junto a su paupérrima carga impositiva fiscal. Por cierto, del rescate público a la banca privada que infló la deuda, no tenemos noticias de la devolución que el Gobierno de entonces juró que se saldaría en su totalidad.

Ahora nos encontramos con otra crisis provocada por un virus, pero con los mismos mimbres en la base del problema. La Europa social ha perdido peso y los Bancos Centrales tienen prohibido financiar directamente a los Estados inflando así la cuenta de intereses con la intermediación obligada de la banca privada. Por otra parte, el déficit de la deuda pública tiene mucho que ver con la bajada de impuestos y cotizaciones sociales que se han venido acumulando; no solo ocurre por las políticas expansivas; cuando se opta por reducir el déficit público comprometiendo la actividad económica, la deuda se incrementa todavía más.

Al final, las ortodoxias económicas son las que imponen la solución: la que hace de lo colectivo un absoluto asfixiando la libertad individual ha fracasado en los países en los que el modelo ha imperado, con gravísimas consecuencias para la vida de las personas. La estrategia neoliberal tampoco puede mantenerse en todos sus postulados teóricos haciendo de la necesidad virtud cuando decide socializar las pérdidas y privatizar las ganancias además de subvencionar a sectores estratégicos que no rentabilizan su inversión. Este modelo es más sofisticado porque sus peores consecuencias en forma de miseria y explotación masiva no están tan a la vista -Tercer Mundo- pero son necesarias para mantener el consumismo entre nosotros. Ni siquiera es capaz de lograr el bienestar de sus administrados ante la bolsa de marginación existente en el Primer Mundo. Ante esta realidad, el Papa Francisco afirma que "hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la inequidad. Esta economía mata" (sic).

Los defensores de ambos modelos, extremos cada uno en lo suyo, nos advierten contra los males del otro. Ambos tienen razón y, por tanto, ambos se invalidan para construir un mundo de justicia de mínimos para todos porque resulta inaceptable, por inhumano, unos sistemas mundiales que descartan a personas por el hecho de que no parezcan útiles según los criterios de rentabilidad en términos de poder, ideología o dinero. Ambos quieren convencernos de que solo existen estas dos posibilidades entre las que tenemos que elegir.

Pero entre una y otra se abre un inmenso abanico con propuestas (el cooperativismo y ha dado sus frutos) que algunos profetas de nuestro tiempo se atreven a defender ante los desafíos ecológicos y humanitarios que tenemos. Existen otras posibilidades, claro que sí, pero se quiere evitar la reflexión sociopolítica sobre esto. La socialdemocracia fue "la tercera vía" que ahora malvive asfixiada por un modelo neoliberal que pretende comerse sus logros con patatas fritas.

Si China optó por integrar lo peor de los dos modelos -capitalismo salvaje económico y dictadura política- es posible un modelo que integre lo contrario: una economía social junto a una política participativa más fuerte que los intereses y presiones de las multinacionales. El crecimiento de las desigualdades mundiales pone en riesgo la democracia inclusiva y solidaria, lo cual aumenta el riesgo de que el Estado Social de Derecho se convierta en una abstracción ante el peso real de la especulación financiera capaz, en este momento, de condicionar el precio de los alimentos básicos con lo que esto supone para millones de personas.

Necesitamos más líderes valientes y lúcidos como el Papa Francisco, que aporta pistas creíbles de convivencia justa y, sin embargo, le falta seguidores…