eo que la estatua colocada a la entrada del estadio olímpico de Ámsterdam se retira. Representa a un atleta que saluda con el brazo en alto. Se instaló en 1928 y el gesto reproducía el saludo de los antiguos romanos. Hoy ese saludo se identifica demasiado con fascistas y nazis. Este es uno de los problemas de los símbolos, con el tiempo pueden cambiar de significado. Desde Saussure se explica que todo signo o símbolo surge de la combinación de un significante, elemento físico percibido por los sentidos, con un significado, concepto o idea que se quiere expresar. Su unión se establece por convenciones sociales que varían en el tiempo y en el espacio, incluso de una persona a otra, diferentes individuos pueden atribuir distinto significado al mismo significante. Todo símbolo corre el riesgo de la ambigüedad o de la ambivalencia.

Esto explica lo arduo del debate sobre la colocación o supresión de monumentos en espacios públicos. Las estatuas erigidas en honor de Cristóbal Colón simbolizaban el descubrimiento de un nuevo mundo, la extensión de la civilización (europea) por tierras salvajes o la evangelización de pueblos que vivían en la superstición. En la actualidad, para mucha gente glorifican al colonialismo, al racismo y al genocidio de los pueblos indígenas. Mismo significante, distinto significado que se hace insoportable. La estatua del general Robert E. Lee en Richmond, construida en 1890, honraba a uno de los más destacados hijos de Virginia, respetado incluso por quienes fueron sus enemigos y que se esforzó por la reconciliación tras la guerra civil. En la actualidad se ha decidido su retirada por considerarse un símbolo de la esclavitud y del racismo, pese a que Lee no era defensor de la esclavitud (Lincoln le ofreció el mando del ejército de la Unión, prefirió aceptar el mando del ejército confederado por lealtad a su estado natal). Sin embargo, se mantiene como memorial del general Lee la que fue su casa en el Cementerio Nacional de Arlington, cerca de Washington, construido sobre sus tierras ocupadas al inicio de la Guerra de Secesión. Otorgar uno u otro significado a un significante tiene bastante de accidental y arbitrario, y eso explica que hace poco una estatua de Miguel de Cervantes en la ciudad californiana de San Francisco resultara pintarrajeada y se escribiera sobre ella "bastard". Para el poco ilustrado iconoclasta, probablemente, todo blanco, todo español, todo europeo, es culpable.

En Pamplona también hemos experimentado este fenómeno. La estatua que en 1929 se erigió en honor del pamplonés general Sanjurjo, militar laureado en la campaña de Marruecos, fue derribada en 1931 por los manifestantes que celebraban la llegada de la II República como símbolo de la monarquía (aunque, como director general de la Guardia Civil, tras las elecciones Sanjurjo se abstuvo de ofrecer su apoyo a Alfonso XIII y, mientras este todavía estaba en el palacio real, fue la primera autoridad en ponerse al servicio del Comité revolucionario, que pasó a constituirse en Gobierno provisional). Se colocó de nuevo en 1936 para honrar su papel en el alzamiento militar (su segundo alzamiento, tras la fracasada "Sanjurjada" de 1932, causada por su desagrado ante la reforma militar de Azaña) y se retiró de nuevo en 1988 dado que se había convertido en símbolo franquista (aunque Sanjurjo murió el 20 de julio de 1936, meses antes de que Franco se convirtiera en generalísimo, y no parece que mantuvieran muy buenas relaciones). Más recientemente, un escudo policromado de 1735, que en su día estuvo en la sede del Consejo Real y ahora adorna la Casa Consistorial, ha sido calificado como símbolo monárquico, símbolo borbónico e, incluso, símbolo de Juan Carlos I y su familia. Es seguro que su autor no tuvo intención de exaltar a la monarquía. Igual que los peces no perciben el agua, los súbditos de entonces no serían conscientes de que vivían en un régimen monárquico susceptible de sustituirse por uno republicano. Tampoco tendría mucha noción sobre la dinastía borbónica, solo había conocido un par de Borbones y no imaginaba su persistencia y las trapacerías que podrían hacer sus descendientes. El artífice se limitó a plasmar un símbolo del poder real para colocarlo en la sede del órgano que ejercía ese poder en el Reino de Navarra. En aquella época ni siquiera existía un modelo oficial de escudo real y cada artista lo dibujaba a su aire. Este escudo es muy interesante por su singularidad y debiera estar en un museo. Lleva las armas de Navarra en el centro, aunque ni los Austrias ni los Borbones españoles las solían usar (sí los Borbones franceses). La distribución de emblemas es irregular y no sigue las normas de la heráldica, el cuartelado de Castilla y León muestra un cuartel con el doble de tamaño, los esmaltes de las armas de Flandes, Borgoña antigua, Brabante y Tirol están elegidos caprichosamente, lleva las de Jerusalén (que no se usaban desde Felipe II) y de Portugal (eliminadas desde Carlos II), y no las de Austria, que sí eran habituales. Y más curioso, en realidad no lleva las armas de Anjou o de Borbón, que solían estar en el escusón central, ocupado aquí por las cadenas de Navarra. Cierto que hay tres flores de lis de oro en campo azul, pero sin la bordura roja propia de la casa de Borbón española. El artista probablemente confundió este emblema y el de Borgoña moderna, cuyo elemento principal era un sembrado de flores de lis de oro sobre campo azul, y que solía colocarse, como sucede con el escudo que nos ocupa, en un cuartel rectangular bajo las armas de Aragón y Dos Sicilias. Hoy el público ve el escudo de los Borbones donde no lo había.

Tenemos otros símbolos en la ciudad que nadie discute, pero que no son inmunes a que en el futuro se les adjudique un significado que los haga odiosos. Como la plaza de Pompeyo, en la Rochapea, y su estatua, en la plaza de Juan XIII. Se le honra como fundador de Pamplona, pero en cualquier momento alguien recordará que fue un general romano, colonialista y cruel, que mató a miles de esclavos en la rebelión liderada por Espartaco. Carlos III el Noble tiene avenida y tiene estatua, además de mausoleo en la catedral. Le honramos, sobre todo, como el autor del Privilegio de la Unión, el unificador de la ciudad. En el futuro quizás alguien le reproche ser un enemigo de la autonomía municipal y haber acabado con la libertad de los burgos. Por cierto, consta que Carlos III fue propietario de esclavos. Su yerno, Jaime de Borbón, conde de La Marche, le regaló en 1408 ocho esclavos moros capturados en la guerra contra Granada. Cuando las barbas del general Lee veas pelar€