unca me ha importado que contesten a mis artículos con el mismo vinagre que yo suelo echar a los míos. Están en su derecho. Sin embargo, no me acostumbro a leer, en la prensa paisana, de plumas pretendidamente progresistas, opiniones insultantes contra presos y represaliados vascos, que no tienen acceso a sus privilegiadas columnas semanales para defenderse. Me parece una cobardía, que bien refleja el dicho español, "a moro caído, gran lanzada".

Lo hemos visto recientemente cuando, tras el suicidio del preso Igor González, una firma vasca habitual explicaba el suicidio, no como consecuencia de la política carcelaria (el mozo tenía que estar ya hace tiempo en la calle) sino a la mala conciencia que padecen quienes "han colaborado con un comando o violado a la vecina". Esa vil comparanza ya había sido utilizada semanas antes por otro columnista relevante, cuando arremetió contra la peña Armonía Txantreana porque en su pancarta sanferminera había una referencia al preso del barrio Patxi Ruiz, en huelga de hambre por sus condiciones carcelarias. En este caso, decía que "el tipo que acabó con Tomás Caballero no es mejor que el que quitó la vida a Nagore Laffage". Tirando del hilo, y dada la jurisprudencia de que todos en la izquierda abertzale hemos colaborado con ETA, el próximo iluminado acabará escribiendo que todos somos violadores. Al tiempo.

Pero lo más sorprendente, cuando se habla de un preso o una presa, es la facilidad que tienen algunos de endosarles delitos, cometidos décadas atrás, basándose solo en los informes de la Guardia Civil y en las consiguientes sentencias judiciales que, como todos sabemos, son ejemplo de legalidad e imparcialidad. Dime a quién crees y te diré quién eres.

Un repaso a la hemeroteca basta para desmontar esos ponzoñosos artículos. En febrero de 2002, la prensa informaba de 15 detenciones en Navarra, acusados de militar en ETA. Las declaraciones de torturas de todos ellos y los abusos -violaciones- sexuales, sobre todo a las chicas (Anika Gil, Ainara Gorostiaga) son escalofriantes, fueron denunciadas en organismos internacionales, están colgadas de Internet e incluso las han relatado en comisión parlamentaria. Las torturas, claro está, iban dirigidas a la autoinculpación o a implicar a sus compañeros, amén de satisfacer sadismos. De esa forma, acusaron a Ainara y a su compañero Mikel Soto, que acabó en el hospital, de haber matado a un concejal de Leitza. ¡Oh, gran delito! ratificó la prensa. En la misma redada detuvieron a Patxi Ruiz y, por el mismo método indagatorio, le endosaron la muerte de Tomás Caballero, como pudieron haberle endosado la muerte de Cristo. Viciado el procedimiento desde el inicio, ningún detenido tuvo un juicio justo.

Las torturas y las violaciones se supieron desde el primer momento, pero la prensa en general miró a otro lado. Pasaron dos años y, por una carambola, se demostró que Mikel y Ainara no habían tenido nada que ver con la muerte del concejal de Leitza y los tuvieron que soltar sin pedirles ni disculpas. Convendría repasar a los columnistas de entonces, para ver quién levantó la pluma y denunció esos métodos de conseguir unas autoinculpaciones que podrían haber enterrado en vida a dos inocentes.

¿Y Patxi Ruiz? También acabó machacado en el hospital. Durante días, forrado de mantas y cintas adhesivas, pasó todos los horrores imaginables: "Vuelven a colocarme dos bolsas provocándome asfixia. No sé cuántas veces me las ponen y las quitan€ A raíz de los electrodos observo que tengo pequeños agujeros en la piel y la piel de alrededor se me va despellejando€ Oigo gritos de mi compañera€ Me dicen que la están torturando y que les chupaba muy bien, que le están metiendo la pistola por la vagina y el culo€". Y así, ad nausean. Consulten Internet o la web de Euskal Memoria. El que diga que no lo sabía o es imbécil, o participa, de alguna manera, en lo que Henri Alleg llamó "la Cuestión" y lo que en el Ministerio del Interior español llaman "trabajar con red".

Los torturadores no están solos. Tienen el respaldo de todo el Estado, de los jueces, de parte de la sociedad española€ y hasta de muchos periodistas que van de progres. Dicen denunciar la tortura (¡faltaría más!) mientras dan por buenos los juicios farsa, basados en declaraciones arrancadas a golpe de electrodo; justifican las condenas posteriores y, por supuesto, critican a quienes reivindicamos el derecho a pedir su libertad y a recibirlos con los brazos abiertos.

De forma directa o indirecta, todos los presos vascos han sido juzgados bajo la prueba inquisitorial del tormento. No hace falta ser leguleyo para saber que esos juicios deberían repetirse con garantías y, consecuentemente, juzgar a sus torturadores, a los jueces prevaricadores y a los políticos responsables. Mientras eso no se haga, los presos vascos tienen que estar en la calle, en lugar de sufrir las mayores condenas de la Historia de España, mientras centenares de asesinos, torturadores, y violadores, lejos de pisar la cárcel, han sido premiados con ascensos y ministerios.

Por eso, periodistas paisanos, antes de escribir sobre lo que dicen que hizo o dejó de hacer cualquier preso o presa, deberíais pensar si no lo vais a violar por segunda o tercera vez.

El autor es editor