n estos tiempos en que la institución monárquica está muy cuestionada, sobre todo a raíz del desprestigio sufrido por el rey emérito, Juan Carlos, por sus presuntos negocios como comisionista a gran escala, donaciones millonarias a alguna amiga, impago de impuestos y otros escándalos, vale, quizás, destacar alguna acción meritoria de la realeza, precisamente en un tema tan candente ahora, cual es el de las pandemias. Vaya por delante que no han abundado, desgraciadamente, en la Historia de España, desde Carlos V hasta Alfonso XIII, las actuaciones encomiables de nuestros monarcas.

En efecto, fue Carlos IV, rey escasamente valorado, en general, el que auspició la llamada "Real Expedición Filantrópica de la Vacuna", que dirigida por Francisco Javier de Balmis, partió de A Coruña en noviembre de 1803, a bordo de la corbeta María Pita. La pandemia que motivó la expedición era la viruela que ya desde principios del siglo XVIII había diezmado las poblaciones especialmente en el Nuevo Mundo, las Américas, con notoria incidencia en los pueblos indígenas.

Ante la agravación de este azote se ensayaron diversos métodos para curar o mejor prevenir la enfermedad. Fue el médico inglés Edward Jenner el que, a través de su observación de que, inoculando pústulas infecciosas de personas infectadas por la viruela de las vacas, se podía evitar su contagio a los humanos, descubrió en 1796 lo que desde entonces ha venido a llamarse vacuna, como antídoto para combatir la viruela y por ende multitud enfermedades, y que ahora estamos buscando ansiosamente para el covid-19.

El descubrimiento de Jenner tuvo una enorme repercusión en Europa, pero, como se reconoce en un artículo sobre pandemias, aparecido en el número de agosto pasado en la prestigiosa revista National Geographic, fue el rey de España, Carlos IV, él mismo apenado por la muerte de su hija Teresa a consecuencia de la viruela, el primero que apoyó moral y económicamente una audaz expedición marítima para extender la vacunación a lo largo y ancho del Imperio Español.

Es de destacar que el éxito de la empresa residió en gran parte en el nombramiento a su cabeza de dos médicos ilustrados y solidarios, el alicantino F. Javier Balmis y el catalán José Salvany, que fueron en realidad según las crónicas "el alma de la expedición".

Era evidente que el hecho llevar a cabo una larga travesía marítima de 10 semanas hasta el primer punto de destino, Puerto Rico, encerraba una grave dificultad para el traslado de pústulas frescas de la viruela vacuna por lo que se adoptó una decisión con algún riesgo, pero necesaria bajo las circunstancias. El sistema consistió en reclutar 22 niños procedentes de orfanatos. Hay que decir que también se embarcó la propia directora de la Casa de Expósitos de A Coruña, que llevó consigo a su hijo.

El equipo médico empezó por vacunar primero a dos niños, inoculando después sus pústulas a otros dos y así sucesivamente durante las diez semanas de navegación de modo que el suministro de materia orgánica permaneciera vivo hasta arribar a Puerto Rico. Resultó que ya esta isla había recibido antes algún tipo de vacuna. Fue, sin embargo, muy celebrada su llegada a Caracas con profusión de fuegos artificiales, conciertos y una Misa de Acción de Gracias.

La expedición prosiguió hacia Cuba, México incluyendo la actual Texas y América Central. Es interesante destacar que fue en México donde se produjo el acto generoso de la adopción por familias acomodadas de los 22 niños beneméritos, que se afincaron así en aquel país. El éxito de la vacunación fue extraordinario en todas partes.

Fue el cirujano de la expedición, José Salvany, el que dirigió a continuación la misión humanitaria hacia el Océano Pacifico en una singladura de 2.500 millas marinas, desde Colombia hasta Bolivia, pasando por Ecuador, Perú y Chile, incluyendo a Chiloé, ya en los confines de los territorios españoles, vacunando a más de 200.000 personas solo en Sudamérica. El esfuerzo de Salvany sobrellevando además los problemas inherentes a la navegación, la adaptación a las alturas, etcétera, quebró su salud, falleciendo este doctor solidario en Bolivia, pocos años después, a la temprana edad de 36 años.

El grueso de la expedición al mando de Balmis continuó desde Acapulco hacia las Islas Filipinas, desarrollando una amplia labor en aquellas islas. No contento con eso extendió la vacuna hasta Macao y Cantón en China. Es digno de notar igualmente que incluso la isla de Santa Helena fue visitada por Balmis en su viaje de regreso España que tuvo lugar en 1806. Con ello se coronaron tres intensos años de esfuerzos altruistas que dejaron un balance extraordinario de generosidad, combatiendo la pandemia y ahorrando muchísimas vidas.

Destaquemos que el propio descubridor de la vacuna, Jenner, alabó vivamente la empresa humanitaria española, diciendo: "no puedo imaginar que en los anales de la historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que este".

Es de justicia, pues, reconocer el mérito de esta hazaña humanitaria, apoyada por un rey como Carlos IV, poco distinguido, por otra parte, en muchos aspectos de su reinado y sobre todo de sus colaboradores Balmis y Salvany, quienes llevaron a cabo con gran sacrificio personal una tarea esforzada y generosa en pos de conseguir la erradicación de una pandemia como la viruela, que tanta angustia y desolación había ocasionado a lo largo de los siglos anteriores.

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna ha sido tema de obras literarias y documentales televisivos, centrados fundamentalmente en la figura de Francisco Javier Balmis. Asimismo hay que destacar que recientemente, en pleno confinamiento por el covid-19, el Ministerio de Defensa nombró Operación Balmis a la actuación especial de las Fuerzas Armadas en la lucha contra esta pandemia.