abe mencionar aquí, de inicio, la sabia definición que de la parusía del mundo realizara el filósofo Eugen Fink en su estudio sobre la figura y pensamiento de Hegel, como "el gobierno de lo infinito en todo lo finito", matizando que esta segunda venida en absoluto significa ni conlleva "la supresión de las cosas ni que se las vacíe de realidad efectiva". Este ensayo tiene como motivo el análisis del pensamiento fenomenológico en el filósofo alemán, siendo que el creador del método fenomenológico, Husserl, al que dicho autor en su segunda época se enfrenta, cuenta con el privilegiado instrumento de la suspensión o epojé. Un buen motivo que pudiera aprovecharse en estos momentos de alarma sanitaria y renovado, selectivo, confinamiento para poner en relación mediante el proceso reflexivo los ámbitos, mundos y esferas, según, de las mitologías con las religiones, de las ciencias con las artes, considerando la mediación de las filosofías como método para la consecución de un comportamiento si no sabio sí al menos basado en el sentido común que nos da, al menos, el poseer un cierto grado de conocimiento.

Cuestión que en modo alguno consiguiera en su día el Gobierno sacando el ejército a la calle y desplegando una serie de actuaciones cuyo único objetivo es el de hacernos ver la intrínseca necesidad de contar con un Estado fuerte, figura paterna que confunde administración con predisposición y actitud sumisa, para el mantenimiento del considerado bienestar social consistente en hacer de todo ciudadano mero infante objeto de la asistencia debida y hasta obligada según se esté en primera, segunda o tercera niñez.

Se ha establecido una alianza inédita entre dos poderes omnímodos cuales son el de la ciencia y la política que para sí hubieran querido los más excelsos fundadores de la helenística tradición filosófica continuadora del tándem establecido por Platón y Aristóteles. Un nuevo orden teárquico que confía únicamente en la habilidad humana para someter el antiguo natural a la no tan sola nietzscheana aspiración al ejercicio de la voluntad de poder con el objeto último, teleológico, de recuperar el estatus de lo aparentemente perdido. Una batalla que habrá de contar con la colaboración de la población convenientemente asustada que interioriza asimilando el recién mundo perdido, al modo de aquella mitológica edad de oro, con el leibniziano mejor de los mundos posibles basada, en este caso, en una supuesta armonía preestablecida por el zóon lógon éjon (animal que posee el logos).

Desde luego, habremos de estar de acuerdo, no hay nada tan ideal, siquiera en Hegel, como lo último. Ahora bien, Fink declara desde la autoridad que le da haber sido nada más ni menos que discípulo de Husserl (como Heidegger, como Patocka, etcétera), así como administrador de su legado, que:

"El hombre existe como relación, como relación consigo mismo, con los hombres que lo acompañan y con el mundo cósico en torno. La comprensión de sí mismo está unida a la comprensión del otro; [€]. El hombre no solo vive en el tiempo, sino que se relaciona con el tiempo; hace planes, toma precauciones, trabaja y se preocupa por la muerte".

Esta última, tan presente en el momento que vivimos, es la que ya desde la tradición del relato bíblico basado en el Apocalipsis (o revelación) de Juan, se diera personificada en una figura que nos viene como anillo al dedo: la del ángel llamado Abaddón, que antes de ser sujeto destructor en la tradición hebrea fuera un lugar. El lugar de Abaddón, veterotestamentariamente, es un profundo abismo, lugar de los muertos y significa destrucción. Equivalente al Seol hebreo y al Hades griego, Browning habrá de matizar que "no es un lugar de tormento -salvo por el espantoso aburrimiento [aunque si bien] en el Nuevo Testamento parece que el dolor físico se considera añadido a la muerte de algunos".

A este propósito, bien pudiera añadirse esa generalizada sensación que, a modo de muerte social en vida, viene siendo el hastío generado por el aburrimiento; del pascaliano horror vacui tan temido por el común de los mortales (recordemos como para Pascal, "nada es tan insoportable para el hombre como estar en pleno reposo, sin pasiones, sin quehaceres, sin divertimiento, sin aplicación).

El relato en Juan, tras describirnos "los cuatro primeros de los siete trompetas" continúa en el capítulo nueve de la tercera parte, que es el de "la lucha contra el antiguo mundo pagano y contra Israel", con la quinta de los tres últimos en sus versículos siete y once, dice así:

"Las langostas eran semejantes a caballos preparados para la guerra y tenían sobre sus cabezas como coronas semejantes al oro, y sus rostros eran como rostros de hombres; y tenían cabellos como cabellos de mujer, y sus dientes eran como de león; y tenían corazas como corazas de hierro, y el ruido de sus alas era como el ruido de muchos caballos que corren a la guerra. Tenían colas semejantes a los escorpiones, y aguijones, y en sus colas residía su poder de dañar a los hombres por cinco meses. Por rey tienen sobre sí a un ángel del abismo cuyo nombre es en hebreo Abaddón y en griego tiene por nombre Apolyon. El primer ¡ay! pasó; he aquí que vienen aún otros dos ¡ayes! después de esto".

En este sentido no faltan teorías conspirativas que ven en la crisis actual, como en el relato bíblico, el anuncio de algo aún peor por venir. Y antes de llegar al fatídico escenario, según van pasando los días, lo que sí se puede ir comprobando es esa doméstica proyección en los ámbitos de la convivencia comunitaria desde el familiar, pasando por el vecinal, hasta el autonómico y estatal, donde transicionalmente se ha establecido el nuevo reino de Abaddón en su doble condición espacial y temporal. Para muchos un verdadero infierno. Ironía aparte, uno de los principales desafíos al que nos enfrenta el estado de confinamiento, en el grado que sea, es aquél de cómo vertebrar los modos de la imprescindible interrelación.

El autor es escritor